Estamos en un momento planetariamente interesante, una especie de encrucijada entre la salvación o el desastre. La humanidad empieza a enfrentarse a las consecuencias del cambio climático, agravadas por las desigualdades y la injusticia que genera el capitalismo global. Tenemos, para compensarlo, tecnología y capacidad de conectarnos como nunca en la historia. Internet ya llega a más del 50% de la población mundial, es decir, 3.900 millones de personas, pero ¿seremos capaces de revertir la situación?

La acumulación de riqueza en pocas manos ha pasado de escala a través de la especulación financiera, lo que está expulsando a las personas de sus viviendas en las ciudades, empobreciendo a los agricultores en todo el mundo y poniendo en riesgo los ecosistemas de los que nos abastecemos. Es un sistema absurdo, en la lógica machista de aplastarlo todo para mantener el poder, que genera mucho sufrimiento y del que se benefician solo unos pocos que además suelen ser muy infelices. Ridículo y poco útil para todos.

Quizá la esperanza sea el feminismo entendido no solo como la lucha por la igualdad de derechos sino como una metodología. Porque aplicar la mirada feminista significa de verdad poner a las personas y sus necesidades por delante. El movimiento ecofeminista se encuentra más representado que nunca en las manifestaciones de este 8-M después que Greta Thunberg haya puesto a los jóvenes, especialmente a ellas, en marcha por el clima con protestas en todos los continentes. Nos están diciendo que si el sistema no funciona, ¿por qué no probar otro? No tenemos nada que perder excepto privilegios injustificados.

Hace tres años, Cyril Dion y Mélanie Laurent elaboraron el documental Mañana (Demain) que se convirtió en un fenómeno de la comunicación ambiental, ya que por primera vez no se hablaba de catástrofes sino de un futuro esperanzador. En el filme se mostraban multitud de iniciativas en comunidades locales. Desde las ciudades en transición ecológica que empezaron en Reino Unido, explotaciones de permacultura que imitando a la naturaleza son más productivas que multinacionales del sector agrícola, monedas ciudadanas que funcionan incluso en Suiza, o compañías públicas de energía renovable. Una visión positiva sustentada por las acciones de muchas personas convencidas y motivadas.

No son los únicos indicios. Algunas organizaciones y empresas han cambiado los objetivos económicos por los de crear valor social para los trabajadores y el entorno. Frederic Leloux ha analizado muchos casos en un trabajo que demuestra que, cuando nos centramos en que sea el proceso el que crea valor, somos capaces de sacar lo mejor de nosotras mismas y, sorpresa, ¡funciona! Las organizaciones son más rentables y sostenibles y los espacios donde se cuida a las personas generan dinámicas mucho más innovadoras y creativas. No es una transición fácil. En el modelo más evolucionado de organizaciones, en el que las que las personas trabajan sin jerarquías buscando la plenitud a través de un propósito compartido, se precisa a menudo de un sistema de resolución de conflictos. Porque todos y todas necesitamos un aprendizaje.

La pregunta clave es si estas iniciativas que van avanzando lentamente pueden escalar lo suficientemente rápido como para decantar la balanza hacia la sostenibilidad antes que sea demasiado tarde. La nueva edición del filme de Laurent y Dion (Après Demain) justamente plantea este dilema: hasta qué punto se puede ganar la batalla global solo con iniciativas locales aunque sean numerosas.

Dar más poder y recursos a las administraciones locales acelerará los cambios. También hay que hackear el sistema desde dentro. Ecologistas en Acción, por ejemplo, está comprando acciones de compañías mineras para hacer sentir de primera mano a los inversores las consecuencias de no proteger la salud de las personas y el medioambiente en sus explotaciones.

Bank Track es una de las organizaciones que muestra una alianza entre el interés capitalista y el activismo pragmático. Se dedica a hacer un seguimiento de las actividades de los bancos y de sus inversiones para desestimar aquellas que inciden en el calentamiento global. Y parece que funciona porque este capital no quiere riesgos. Todo el dinero liberado podría invertirse en las organizaciones innovadoras que ponen las personas en el centro si la metodología feminista impregnara también el mundo de las startups y su financiación.

*Profesora asociada de Periodismo en la UPF, coordinadora del posgrado en Tecnopolítica y Derechos en la era digital