Ante las presidenciales de noviembre, Bush abrió su campaña electoral transformando el discurso sobre el estado de la Unión en el primer gran acto público para convencer a los estadounidenses de que él es la mejor opción para repetir en la Casa Blanca.

Quedó claro que uno de los grandes ejes de la campaña será Irak y la lucha antiterrorista, lucha que, allí y aquí, da siempre buenos réditos electorales. En nombre de la seguridad de EEUU, Bush defendió su estrategia unilateral, dirigida oficialmente a eliminar unas armas de destrucción masiva todavía por encontrar, y a acabar con el tirano de Bagdad, objetivo este sí alcanzado y, naturalmente, bien publicitado en el discurso, mientras los 500 soldados estadounidenses muertos en el largo intento no merecieron su atención para no estropear los éxitos iraquís .

En el frente interior, Bush quiso capitalizar el crecimiento de la economía, pero la pérdida de puestos de trabajo o la escasa dotación a programas de formación o de sanidad dieron munición a la oposición demócrata para acusarle de financiar la guerra con fondos que deberían destinarse a aquellos menesteres. Más que a una campaña electoral, podríamos asistir a una campaña bélica.