De la estupefacción por su victoria en el último Congreso Nacional del PP he pasado al desconcierto por su manera de entender el liderazgo político.

Pablo Casado se hizo con la presidencia de su partido de una manera tutelada, con el apoyo de los adversarios de Sáenz de Santamaría, y ese, ya se sabe, es un pegamento instantáneo en cualquier organización. Su principales valedores en campaña, Mª Dolores de Cospedal y José María Aznar, son ahora sus principales quebraderos de cabeza, pero él los defiende «sin complejos».

Él es un líder sin complejos que igual responde a los espectadores de El Objetivo, con su tono cordial y esa sonrisa imborrable en la cara que «la política exterior es su especialidad», cómo que va a Algeciras a fotografiarse con inmigrantes después de asegurar que España no puede absorber «millones de africanos». Esas muestras de desfachatez, que ya se intuían en sus explicaciones sobre su currículum académico, hicieron que sus eslóganes marketinianos sobre las Españas que madrugan o las de las banderas en los balcones dejarán de hacerme gracia.

Creo que lo mismo les ha pasado a unos cuántos españoles, viendo su último puesto en la valoración de líderes del CIS de octubre, con un 3,25 sobre 10.

Hay algunos de los errores en sus declaraciones que caen directamente en la irresponsabilidad, como el de llevar al Jefe del Estado al ridículo con sus famosos ¡Viva el Rey!, acusar al presidente del Gobierno de ser partícipe y responsable de un golpe de Estado, o ante la ausencia de propuestas ante el conflicto catalán despacharse con un «son solo para dos millones de personas».

Algunos otros, tiene menos enjundia política y más que ver con sus citas grandilocuentes, que quizá quieren esconder alguna de sus carencias. En su primera intervención en la sesión de control en el Congreso terminó con aquel «me recuerda lo que le decía Maura a Cambó». Pero no era Maura, sino Niceto Alcalá-Zamora. O cuando comparó el futuro de Puigdemont con el del expresidente Lluís Companys, no sabiendo si recordaba el momento de su detención en 1934 o su fusilamiento por el franquismo en 1940.

Yo no tengo claro si su hiperactividad declarativa, sus improvisaciones al ritmo de los acontecimientos denotan un hiperliderazgo como muchos opinan, sino más bien una búsqueda de personalidad política propia alejada de sus padrinos y de sus competidores directos, Ciudadanos.

Pero la principal de mis dudas es: ¿Para cuándo Alberto Núñez Feijóo?

*Polítóloga