La figura de Giacomo Casanova ha inspirado infinidad de novelas, películas, cómics y biopics, pero yo siempre he tenido la sensación de que esas obras, pálidos o deformes reflejos suyos, le eran por completo ajenas.

Siempre pensaba: tampoco está aquí.

Y tampoco aparece, me temo, en la más reciente versión del mito, Casanova, su último amor de Benoît Jacquot, película protagonizada por Vincent Lindon en el papel del seductor veneciano.

El equipo de rodaje se ha esforzado por reconstruir, por un lado, la personalidad de este don juan; por otro, el ámbito en el que tuvieron lugar sus proezas.

En este último apartado, el de la ambientación, la película corre mejor suerte, pues tanto el vestuario como los decorados están muy cuidados y el espectador agradece el nostálgico viaje al Londres del siglo XVIII, donde el seductor será burlado por una meretriz. Pero en cuanto a la figura, al carácter, a la personalidad de este extraordinario aventurero, italiano de temperamento y corazón, pero con raíces aragonesas, su rescate es inútil.

Vivió toda clase de experiencias, peripecias, duelos, amores, orgías...

¿Habrán leído Historia de mi vida, la monumental autobiografía de Casanova el director, Jacquot, y el actor principal, Lindon? A la vista del perfil psicológico de «su» Casanova, parece dudoso.

En sus Memorias, más de cuatro mil cuartillas manuscritas con toda suerte de peripecias, reflexiones, proezas, engaños, orgías, incesantes viajes, duelos, conversaciones filosóficas y, sobre todo, innumerables pasajes donde el amor es el tema principal, a menudo el único asunto, pero analizado en muchas de sus variantes, Giacomo Casanova se alzará como un formidable escritor, dotado de una gran curiosidad y de la consecuente capacidad descriptiva de sus variados aprendizajes.

También, en devoto de una religión pagana, sin dioses ni Dios, a la que adoraba con sus sentidos y con la razón.

En su credo, en lugar de la moral se imponían, sin calificativos éticos, el arte y el placer. Casanova los persiguió, descubrió y alentó, reflexionando sobre la belleza de la palabra o de la piel de una mujer como ante un hecho divino. Observaba, analizaba, comentaba, pero no dogmatizó ni estableció verdades. No tuvo ni quiso discípulos. ¿Un solitario, un incomprendido, un enigma?