Me llamó la atención la valentía del consejero de Sanidad del Gobierno de Aragón, Sebastián Celaya cuando recientemente dijo en las Cortes: «Ya es hora de que exista en España un regulación del cannabis como uso terapeútico». El político y médico de profesión defiende la legalización de este psicotrópico obtenido de la planta del cáñamo como alivio del dolor en determinadas enfermedades (cáncer, fibromialgia o procesos terminales). Incluso afirmó que aunque el cannabis está considerado como una droga no se puede negar la realidad y reconoció que hay profesionales sanitarios que están recomendándolo a sus pacientes. Y el que no quiera ver que se tape los ojos y vaya por el mundo a ciegas (eso lo digo yo).

Además todo el mundo sabe que esta sustancia, también conocida como marihuana, se ha utilizado desde hace milenios tanto para fines terapeúticos como recreativos o para darse valor, caso de los ejércitos romanos donde los soldados lo utilizaban para infundirse ánimo antes de la batalla. Las drogas han estado presentes desde el comienzo de la historia del ser humano hasta nuestros días. Lo malo es no saber dónde están los límites y caer en el agujero de la destrucción. Este es pues un debate antiguo que surge intermitentemente cuando se plantea su regulación porque socialmente está mal visto. Sin embargo, parece probado que su uso en pacientes y recetado convenientemente disminuye la sensibilidad al dolor, mejora el componente inflamatorio, regula el metabolismo del colesterol y resulta beneficioso a nivel cardiovascular y cerebral.

Y como aclaró acertadamente el consejero cualquier fármaco que se utiliza es una droga y por tanto posee efectos beneficiosos y secundarios. Uno de los peores es la adicción. Pero esa parte mala del asunto de las medicinas que nos tragamos para paliar el dolor, el malestar, el insomnio, la depresión, la frustración, la ansiedad, la enfermedad que nos invade, no solo están permitidas y recetadas sino que son introducidas a presión por los laboratorios farmacéuticos para hacer caja con nuestra salud y hacernos adictos a las pastillas. Así de claro, así de cruel, amigos.

Un dato relevante: el consumo de antidepresivos se ha duplicado desde que estalló la crisis del 2008. Y estos también crean adicción, tienen efectos secundarios relacionados con problemas hepáticos, renales o cardiacos, y se recetan para todo. Los propios médicos lo reconocen abiertamente. «Estamos en la cultura del hedonismo y la búsqueda de la solución fácil», como afirma el psiquiatra Vicente Rubio. Lo que más asombra es la hipocresía del PP al estar en contra de legalizar remedios para que las personas no sufran tanto en el largo proceso de su enfermedad; de la misma manera que no permiten que se aplique en este país una ley de eutanasia asistida. Igual que años atrás se oponían al divorcio y al aborto, cuando ellos en sus vidas privadas y a escondidas practicaban lo que prohibían al pueblo.

*Periodista y escritora