Disgustan esas celebraciones de algunos a propósito de la derogación parcial de la ley del PHN en lo que concierne al trasvase del Ebro a tierras levantinas. En Levante han podido perder lo que no tenían pero aquí estamos todavía lejos de haber ganado lo nuestro. No encuentro esos alborozos ni pertinentes ni elegantes.

El temor a los trasvases del Ebro se diluye de momento, pero no diría uno que estemos ya en situación de suponer que acabó la guerra del agua. Ese día tardará en llegar, a menos que nuestra política hidráulica consista sólo en el ´no´ de los trasvases sin añadir el ´si´ a los regadíos pendientes (hay muchos sin proyectar), a los usos industriales (casi sin prever) y a la regularización del abastecimiento de agua a más de la mitad de nuestros municipios que sufren eso que llamamos sed de boca. Necesitamos una política hidráulica con más visión de futuro que la del mal llamado Pacto del Agua.

No diga nadie que tal derogación bastará para que por arte de birlibirloque, entendamos satisfechas o en vísperas de serlo, esas inmensas necesidades; el Gobierno central es cierto que dejó sin efecto la parte de la ley del PHN que legalizaba la iniquidad del trasvase pero no ha dicho palabra alguna sobre el futuro del Ebro salvo lo de seguir haciendo obras para acabar no se sabe cuando. El paso procesional que llevan los riegos de Monegros ha hecho insuficiente el siglo pasado para concluir lo que según la ley de 7 de enero de 1915, debía hacerse en 25 años porque han transcurrido 89 sin verlos ni medio acabados. En Aragón quedan muchas cosas por hacer pero en cuanto un partido de aquí toca poder, parece otro; encima, nuestra inercia nos hace tan contentadizos que aceptamos cualquier apeadero como estación de destino. Nada como la cautela para que no nos creamos cualquier mensaje y nos atengamos a la realidad que va a seguir siendo muy dura. ¿Cuántos años pasarán antes de que los aragoneses veamos o más probablemente vean, las dos riberas del Ebro a su paso por esta tierra, debidamente regadas?

No debería ser difícil de ejecutar de una vez, la Ley de Riegos del Alto Aragón de 7 de enero de 1915 en lugar de ir reduciendo paulatina y sistemáticamente los caudales inicialmente previstos.

Al cabo del tiempo y cómo ahora somos tan sensibles con los animalitos, resulta que los monegrinos tendrán que repartirse la tierra con las aves del cielo y no sé bien con qué microorganismos que según algunos expertos que tienen línea directa con especies tan expresivas, exigen ser tenidos en cuenta a la hora del reparto dejando centenares de hectáreas en secano (las Zepas). Eso es algo que en Bruselas ven con buenos ojos porque a menos superficie regable menos ayudas económicas; si los animalitos son más felices en el secano ¿cómo privarles de esa dicha?. Los monegrinos, no los que van por allí de visita, opinan de otra manera y aseguran cómo me dijo uno, que las Zepas sólo son cepos pero Bruselas ahorra a costa de dar alguna subvención a los que tuvieron una idea tan ecológica y sobre todo, tan económica.

Pero aquí parecemos no darnos cuenta y tocamos las campanas alborozados no sé si por las avecicas o porque confiemos que en adelante nunca mais nos faltará el agua; con tal de dormir, algo ilusos si nos mostramos porque debería bastar la experiencia de lo ocurrido hasta ahora, para temer que siga sucediendo. Llevamos muchos años de lucha contra los trasvases del Ebro (uno, desde febrero de 1974), y hemos visto tantos cambios de criterio y tantas promesas fallidas que resultaría poco precavido y aun menos inteligente, brindar o voltear campanas aun comprendiendo que la política requiere éxitos inmediatos y honores o quincallas que repartir.

Uno prefiere volver la vista atrás y recordar que después del fallido trasvase a Barcelona, hubo otro qué no falló, el del Ebro a Tarragona y que votaron, aplaudieron o silenciaron, algunos de los que ahora se congratulan tanto; siendo natural que nos alegremos de que el Ebro se aproveche aquí que es por donde discurre, discurramos también nosotros y no bajemos la guardia.

Opino que hay que, aprovechar el agua y embalsarla cuanto se pueda. Ninguna cultura del agua nos podría excusar solventemente, de ahorrarla y emplearla con rigor, aunque no falten los que quieran dejarla correr cómo decía un cuplé. El agua es la energía indispensable y la medida del progreso posible, el elemento que siempre tendrá que acompañarnos para seguir adelante. El agua es la vida y la cultura de siempre y sin ella, no hay ni cultura ni vida.