Cada uno de nosotros, cuando va a votar suele hacerlo en privado. Por mucho que vayas a tu colegio electoral acompañado por personas de tu confianza, el acto de emitir (preparar) el voto suele ser íntimo. Las razones por las que apoyamos a un determinado partido en una contienda electoral son muy variadas y pretender hacer una radiografía de los vericuetos intelectuales que nos llevan a hacerlo de una determinada manera es absolutamente imposible.

Hay votantes que son fijos o, al menos, así se presupone. Quien está afiliado a un partido o tiene una evidente vinculación con determinada opción política tiene que votar a ese partido. Eso es lo que se cree. Si estudiamos los resultados electorales, podemos comprobar que en un mismo día, ante dos urnas distintas, las papeletas que se introducen no siempre son coincidentes y, así, alguien vota a un partido en las elecciones municipales y a otro en las autonómicas, lo demuestra el escrutinio. Algo similar ocurre con la abstención. En repetidas elecciones un partido ha obtenido un resultado muy similar, lo que nos lleva a pensar que hay un número de personas que, con toda probabilidad, va a volver a votarle. Y no es así. El escrutinio nos dice, la última vez en Andalucía, que votantes casi fijos de un partido deciden quedarse en casa ayudando a infringirle una sonora derrota a la opción política a la que han apoyado en los últimos años. ¿Cómo se puede quedar en casa, sin ir a votar, una persona que siente simpatía por un partido, ayudando a sus rivales a vencer? No hay respuesta para esa pregunta. Hay miles de respuestas, una por cada abstencionista.

Suelo fijarme mucho en el votante que lo hace a la contra. No vota siempre al mismo partido, incluso lo hace de forma diferente en ámbitos electorales territoriales distintos: local, autonómico, español, europeo. Y decide su voto por aspectos concretos, por acciones ocurridas en fechas próximas a las elecciones y que le llevan a no votar a una opción en esa convocatoria, en esa exactamente. Luego ya decidirá a quien hacerlo, pero, de momento, ha eliminado a una. Posteriormente eliminará a otra, y a otra, y, ya sí, entonces, le quedará clara la votación a hacer. Las recientes elecciones autonómicas en Andalucía creo que nos dan algunos ejemplos de esto que digo. Un número alto de presuntos votantes del PSOE, unos 400.000, se han quedado en casa y lo mismo ha ocurrido con otros tantos, casi 300.000, de Adelante Andalucía (Podemos). Cada cual lo habrá hechos por sus razones pero me atrevo a afirmar que ha habido una común: no querían que Susana Díaz siguiese siendo la presidenta autonómica. Casi 400.000 votantes andaluces han apoyado a Vox. Estoy de acuerdo con Errejón cuando dice que no cree que en Andalucía haya 400.000 fascistas. Algunos sí, pero tantos, no. Creo que unos cuantos han decidido su voto a la contra, la mayoría serán de derechas, pero no solo. Moreno Bonilla no les gusta a muchos votantes del PP, así que … El de Ciudadanos ha estado gobernando con Susana Díaz, así que …. Algunos votantes de izquierda, o eso creen ellos, para castigar a sus líderes, han decidido hacerlo de la forma más sonora, así que … Y Cataluña, claro.

Me gustaría detenerme en Podemos. Un partido que llegó a obtener cinco millones de votos en toda España, lo que en una formación de reciente creación no puede ser por satisfacción gestora, aún no han tenido tiempo de demostrarla, así que la simpatía que llevó a las urnas esos millones de votos tenemos que encontrarla en otros aspectos. Juventud, izquierdismo, descaro, liderazgos refrescantes, y discurso anti, mucho discurso anti, a la contra, y millones de votantes socialistas y de Izquierda Unida se fueron a las urnas podemitas. Y, sin embargo, las encuestas (¿acertarán un poco?) nos dicen que aquella formidable alegría se ha ido diluyendo y que muchos votantes de entonces, 2015, no lo harán en 2019. ¿Razones? Repito lo que ya he dicho, cada uno tiene la suya. Puestos a encontrar las más potentes deberíamos fijarnos en las salidas, ya no una, ni dos, son muchas, que delatan problemas de relación entre sus líderes. Por supuesto, la complicada relación de Errejón e Iglesias, acercando al más joven a las tesis y listas de la muy inteligente Manuela Carmena. Pero me van a permitir que me detenga en un detalle que algunos amigos, que les han votado, me citan como decisivo en su apartamiento de las urnas de Podemos en las próximas elecciones: el chalet.

Cada persona, a título individual (single en terminología estúpida asumida ya por todos) o en pareja, tiene derecho a elegir el lugar donde quiere fijar su domicilio, siempre que cuente con disponibilidad económica para pagárselo. Es una decisión que entra dentro de la esfera privada de cada cual. Si quien lo hace es un político ya sale de ese ámbito porque puede afectar a su credibilidad, que es lo que les ha pasado a Pablo Iglesias e Irene Montero. Han decidido irse a vivir a Galapagar, a una zona bastante exclusiva de chalets, a una casa que no entra dentro del estándar de vivienda media. Pueden hacerlo, y lo han hecho, con una hipoteca de 600.000 euros. H *Militar. Profesor universitario. Escritor