Para una potente corriente teórica de las ciencias sociales, la base para comprender las sociedades es la acción social. Ello quiere decir que al tratar de explicar un determinado fenómeno social, la ciencia social debe conocer los elementos que la componen (como las creencias, los deseos, los fines perseguidos y los medios al alcance del actor), así como el conjunto de interacciones en las que ésta se encuentra inmersa. Este haz de relaciones sociales, es la base fundante de lo social, es decir, su elemento constitutivo, o, en palabras de otros autores, el átomo o molécula de lo social.

Estas reflexiones sirven para añadir al debate sobre la pandemia una perspectiva más, la social, que es fundamental, pero que muchas veces queda en un segundo plano. A principios de octubre se difundió un comunicado firmado por varias asociaciones pertenecientes al campo de las ciencias sociales, entre las que se encontraba la Federación Española de Sociología o la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración. En ese comunicado, titulado Las ciencias sociales y la gestión e investigación de la covid-19 se denunciaba la relegación y abandono a que han sido sometidas las ciencias sociales desde los órganos de gestión política de el covid-19, olvidando que, desde el primer momento, la pandemia ha demostrado una gran virulencia en la dimensión social: sobre el empleo y el sistema productivo, sobre las geografías formales (renta, movilidad, densidad) e informales (redes de solidaridad) de nuestras ciudades, sobre la gestión de los datos, la gestión hospitalaria, las estructuras familiares, la educación online o los procesos de gobernanza de la administración pública, etc.

Los impactos del covid-19 en lo social son evidentes y los podemos ver en nuestro entorno más cercano. Pero, además, también sabemos que los efectos no son iguales para todos, pues, como ya ha demostrado un estudio del Grupo de investigación Sociedad, Creatividad e Incertidumbre, de la Universidad de Zaragoza, las familias con mayor grado de vulnerabilidad antes del comienzo de la pandemia son, precisamente, las que más han sufrido el impacto del covid-19 en su economía familiar y en otras dimensiones. Pero más allá de los impactos, sobre lo que me interesa llamar la atención en este escrito es sobre el papel que juegan las ciencias sociales a la hora de explicar las causas de la pandemia, es decir, el alto grado de expansión del covid-19 en nuestras sociedades.

Cualquier persona tiene, en el día a día, multitud de contactos con otras personas, unas veces simplemente rutinarios (como cuando cruzamos unas palabras o simplemente unos gestos con un conocido en la panadería) y otras veces mediados por instituciones sociales (como en el trabajo, en la Iglesia, etc.). Nuestra vida diaria también está compuesta por interacciones con mayor contenido afectivo, como cuando comemos o nos vamos de fiesta con unos amigos o cuando pasamos varias horas al día con nuestra familia. Todo eso conforma lo que podríamos denominar como vida cotidiana y es la esencia, (el aire) de lo social. Pues bien, la tragedia, desde el punto de vista social, es que el covid-19 se transmite por lo que desde la ciencia médica se denomina como contactos indirectos, es decir, que se propaga cuando una persona infectada estornuda, tose o simplemente habla, emitiendo los famosos aerosoles y mandando las gotitas infectadas al aire. No estamos hablando de los contactos más íntimos (lo que supondría que se transmitiría por contacto directo, tipo VIH), sino a las relaciones sociales en su sentido más amplio de las que hemos hablado al principio del artículo.

Muchos objetos sociales, como los valores, las opiniones, los gustos y las modas, incluso los movimientos sociales, se transmiten de esa forma, por lo que los analistas de lo social estamos acostumbrados a observar y estudiar este tipo de procesos. Lo que ha provocado la covid19 es que en el intento de limitar sus efectos, se ha tratado de romper ese proceso natural de lo social, a través de diversas estrategias, como el confinamiento, que nos han hecho sentir como peces fuera del agua. Por eso, más bien antes que después, buscamos desesperadamente volver al líquido elemento, aunque eso nos suponga incrementar el riesgo del contagio.

Otro aspecto a tener en cuenta, es que nuestras sociedades, en las que dominan la liquidez y la transitoriedad en los vínculos sociales (Bauman), encontramos una abundancia de redes poco sólidas, destacando la rica variedad de interacciones construidas en torno a la fiesta, el estar juntos, el disfrute, etc., y no solo en los jóvenes. Esos espacios, además, son proclives a refractar las normas instituidas, siendo el campo donde el ser humano tiene una fuerte sensación de autonomía y libertad. Por lo tanto, también en este punto, las medidas encaminadas a frenar la pandemia que recortan estos espacios de libertad, tenderán a ser poco efectivas, conforme se vayan extendiendo en el tiempo. La gente terminará buscando alternativas (ocultas) en las que producir y reproducir estas relaciones y experiencias.

La conclusión a la que pretendo llegar es clara: la expansión de la pandemia se sustenta en aquellos elementos que fundamentan la existencia de lo social y, por lo tanto, los esfuerzos por limitar sus efectos colisionan contra ellos y disminuyen su efectividad conforme se van extendiendo en el tiempo. ¿Eso debe llevarnos a la inacción? Evidentemente, no, pero sí a tomar conciencia de estos hechos y a adoptar medidas que los tengan muy en cuenta.