En Córdoba, Argentina, se ha celebrado el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, en defensa de un idioma hablado por más de 500 millones de personas y segunda lengua universal después del chino mandarín. El español se abre paso incluso en los EEUU, a pesar de notables obstáculos a los que se enfrenta, entre ellos la primacía de vocablos con sello anglosajón que dominan el espacio tecnológico y científico. Pero nuestra lengua ha demostrado a lo largo de los siglos una enorme capacidad de adaptación y asimilación de las influencias ajenas, haciéndolas propias sin menoscabo de su identidad y con un balance enriquecedor.

Una de las grandes virtudes que respaldan la evolución actual del español, tal y como recalca Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, reside en la unidad e integración de esfuerzos por parte de las distintas Academias y organizaciones que lo defienden, especialmente al otro lado del «charco», así como de la fructífera relación cultural entre América y España y de un panhispanismo ligüístico bien entendido desde este lado del Atlántico. Sea como fuere, el futuro puede contemplarse hoy con cierto optimismo, bien fundamentado, lo que no debiera ocultar algunos de los graves problemas a los que también se enfrenta, en particular los desafueros que atentan contra el uso racional del idioma, muy ligados al uso de dispositivos que propician el abuso de fórmulas muy limitadas y que restringen en gran medida su caudal expresivo. Sin duda, el mejor antídoto radica en el hábito de la lectura, mas, por desgracia, no parece existir en este caso mucho motivo para el entusiasmo; los mayores tienden a leer menos y las nuevas generaciones poco o nada. La solución no está en la RAE ni en el Cervantes, sino en nosotros mismos.

*Escritora