Entre los siglos XVI y XIX, África occidental fue la puerta de salida del tráfico transatlántico de esclavos. Varios siglos después, en los países supuestamente considerados como libres y ajenos a esa aberración se debería afrontar la existencia de la llamada esclavitud moderna. El África subsahariana y el sudeste asiático son, en estos momentos, las zonas donde mayor impacto tiene el sometimiento forzoso de seres humanos, sea a través de trabajo o el matrimonio forzado, de la trata de personas, de la explotación sexual. Y en el centro de ese delito oculto y diverso no solo se encuentra el silencio sobre las causas de su existencia sino también la extendida modalidad occidental de mirar hacia otro lado.

Con el secuestro de dos centenares de colegialas en Nigeria por parte de los islamistas extremistas de Boko Haram, países y ciudades europeas han descubierto que las víctimas del tráfico se encuentran entre nosotros. Y no solo ellas, sino también una delincuencia organizada que es la que más dinero sucio gana tras la que se dedica al tráfico de drogas. Está claro que en los lugares en los que los derechos humanos no son una prioridad la esperanza de que esa esclavitud moderna sea erradicada no encuentra alimento.

Medidas desde Occidente

Pero aquí sí se pueden exigir toda una serie de medidas para, por lo menos, no convertirse en cómplice de tamaño atropello. Lo intentaron el mes pasado un grupo de legisladores norteamericanos para castigar a los países que mantienen estos comportamientos indignos.

Desde Occidente no solo hay que contribuir a romper el círculo vicioso de la vulnerabilidad de las víctimas, también se pueden reforzar las respuestas legislativas y judiciales, establecer planes concretos para la erradicación de esta práctica y elevar el listón de exigencia para que en la cadena de suministro de esos terceros países no exista esclavitud. Los países más ricos también pueden trabajar en reducir los riesgos de estas naciones en cuanto a la esclavitud mediante el fomento de los derechos humanos y de las mujeres y la lucha contra la corrupción, la pobreza y los matrimonios infantiles. Las personas más débiles, como esas niñas nigerianas, continúan en el punto de mira de los depredadores sin fronteras. No son hechos que sucedan en lugares remotos, sino muy cerca de nosotros.