Lo único extraordinario que compré el viernes pasado fue en el rastrillo de Atades. Corremos detrás de tanta incitación al consumo. Hemos pasado de la sociedad de productores a la sociedad de consumidores, de la ética del trabajo al ciudadano consumidor. Ya no hay libretas de ahorro, sólo tarjetas de crédito. En el XIX hubo toda una cruzada moral por introducir la ética del trabajo. Ahora el trabajo es algo provisional, etéreo, flexible, interino, por horas y solo para sanos-sanos. Antes era pobre el que no tenía trabajo con el que poder atender sus necesidades, ahora es pobre el que no puede consumir. La vara de medir el prestigio y la posición social ya no es el trabajo sino el consumo. Se producen objetos que pronto quedan obsolescentes, apenas satisfechas las necesidades o el deseo del consumidor. Inmediatamente surgirá otro producto que sustituya al anterior y que seduzca de nuevo al consumidor al que no hay que darle descanso ni tregua. De todo esto escribía Bauman en«Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Todo es pasajero menos el hecho del consumo en sí, aderezado con muchas luces. Las ciudades compiten entre sí por las luces navideñas en lugar de poder presumir que en sus calles no hay personas que están a la intemperie. En Madrid, y en Vigo, que parece que van en cabeza, no hay plazas suficientes para dar cobijo a familias enteras. Niños en lista de espera para no tener que dormir con frío y bajo la lluvia. Luces navideñas pasajeras. Pobres permanentes tirados a la puerta de algún banco bajo las luces de nuestra calle Alfonso exhibiendo el estigma de sus muñones pidiendo caridad. Salvaguardar la dignidad humana es más importante que fomentar el consumo con muchas luces. Algún tonto dirá que esto es demagogia sin tener ni puñetera idea de lo que dice.

*Profesor de universidad