Lejos de la estridencia con la que llegan muchas noticias desde los EEUU, esta semana cobró allí cierto renombre el congresista Rob Andrews. Lo hizo no solo porque el representante demócrata de Nueva Jersey dejó el cargo tras 23 años de servicio, sino también porque dimitió protagonizando un frustrante récord: haber firmado durante todo ese tiempo 646 propuestas de ley, sin que ninguna de ellas saliera jamás adelante. Ni una. Ni siquiera cuando el inquilino de la Casa Blanca ha lucido sus mismas siglas políticas. En una entrevista en la National Public Radio, Andrews aclaraba en su descargo que algunos de sus textos llegaron a integrarse en otras normas, que sí fueron aprobadas en el Capitolio. Y añadía que, aunque a los ciudadanos lo que les importa es cómo les afectan las leyes, para él lo relevante siempre ha sido el "proceso" por el que se elaboran. Su actitud recuerda a la de Pazos, aquel entrañable personaje interpretado por Manuel Manquiña en la película Airbag y cuyo ideario se resumía, con acento gallego, en que "el concepto es el concepto". ¿Palabrería? Puede ser. Pero parece que, al menos, el ya excongresista se ganó el sueldo ideando leyes. Ahora que aquí suenan tambores electorales, la situación del político estadounidense invita a que nos preguntemos por la productividad de nuestros representantes y por saber qué iniciativas legislativas han impulsado, más allá de exhibir su fe en el concepto. O en el proceso, qué más da. Seguro que alguno nos deja boquiabiertos. Y no para bien. Periodista