Los socialdemócratas alemanes van de derrota en derrota hasta el descalabro final. Y lo peor de todo es que no gobiernan mal. El electorado les castiga por las reformas, pero las reformas que Schröder lleva a cabo son tan tímidas como necesarias, pero no producen alegría electoral.

Alemania, y, sobre todo, Francia, han vivido en un sueño de prestaciones sociales cuya continuidad es imposible. Aquí mismo, en España, cualquier persona que trabaje y no haya cumplido los 40 años, profesional o subalterno, alto cargo o empleado del montón, sabe que las cuotas que hoy paga a la Seguridad Social no le garantizan unas prestaciones dignas dentro de 25 ó 30 años. Lo sabe, a pesar de que los políticos gobernantes de turno, cualesquiera que sean.

Ningún concejal de festejos se atreve a decir que no habrá fuegos artificiales por falta de presupuesto, y no hay partido en el poder que tenga el valor de hacerse harakiri de la sinceridad, explicando que ni las pensiones del futuro están garantizadas, ni se puede mantener el actual nivel de prestaciones sanitarias. Al contrario, se habla de mejoras, de alivio de listas de espera, de ampliaciones de atenciones médicas que son imposibles, salvo que nos metamos en una espiral de endeudamiento que haga estallar la estabilidad económica, ese camino de difícil retorno que emprendió Argentina, con la ayuda de políticos tan miserables como ladrones, cosa que aquí no sucede. Los de aquí lo único que hacen es no contarnos la verdad, porque cuando la cuentan, o ponen en marcha tibias medidas que impidan el desastre y contribuyan a retrasarlo, les sucede como a Schroeder. Lo malo es que muchos de esos votos van a parar a la extrema derecha o a la extrema ecologista, es decir, los Verdes, que no creo que sean los más idóneos para pilotar esta difícil transición en la que la preocupación no es reflexionar sobre los problemas, sino sostener la fachada.

*Periodista