La selección de diez notables, alguno de ellos casi salidos del arca de Noé, a la que ha recurrido Rodríguez Zapatero para dar lustre a su candidatura a las próximas elecciones generales es ciertamente asunto de escaparate y sin mayor trascendencia política. Si no fuera, si no fuera, porque la banal iniciativa tiene el efecto perverso de poner de manifiesto una vez más la indigencia política y las insuficiencias de todo tipo que sufre en la actualidad la dirección inexperta y penene del Partido Socialista.

Apelando a la habitual lealtad inquebrantable y al consabido cierre de filas preelectoral, se pretende que este grupo de notables aporte una imagen de seriedad, coherencia y rigor de la política del partido. Imagen que, todo hay que decirlo, está poco en consonancia con el discurso errático, epigramático y ático del candidato progresista a la presidencia del Gobierno español y de los restantes jefes de las principales taifas socialistas. Todo el montaje evidencia una desesperada necesidad de credibilidad.

Lo malo de la situación del Partido Socialista es que tiene que recuperar ahora el Gobierno de la nación para que no se le rompan las costuras al muñeco. Y lo peor es que seguirá contando con un importantísimo voto incondicional --fruto de la sociología más que de los aciertos propios-- que, por puro vértigo, le impedirá acometer en el futuro las reformas internas necesarias. Esa es la triste realidad de un partido que aún es esencial para la construcción de ese proyecto que todavía algunos llamamos España.

*Periodista