Quiero dejar claro al lector desde ahora que tengo claros los problemas, pero no las soluciones. Los problemas son tres: el crecimiento económico se reduce, es difícil crear empleo y la distribución de la renta se está haciendo más desigual. Y esos tres problemas están relacionados entre sí.

Empecemos por el primero: la tasa de crecimiento se está reduciendo. A corto plazo esta afirmación puede no ser verdad en España, porque esperamos para el 2014 un crecimiento positivo y mayor que el del 2013. Pero, a medio plazo, sigue siendo verdad en España, lo mismo que en Europa, en Estados Unidos, en Japón, en China... Es verdad que algunos países aún muestran crecimientos elevados porque están en fases de despegue, aprovechando su dotación de recursos naturales o una mano de obra barata, más los capitales y la tecnología de fuera. Pero ellos repetirán la historia de Alemania, Italia, Japón, España, China... Al final, el crecimiento acaba agotándose.

El crecimiento vía mano de obra y capital acaba agotándose por la llamada ley de los rendimientos decrecientes: si no hay un pequeño milagro, cada nuevo euro o cada nuevo trabajador rinde menos que el anterior. El milagro existe, y se llama progreso tecnológico. Por tanto, aquellos países que pierden capacidad de crecimiento ya saben que no podrán crecer a tasas muy elevadas, a menos que ocurra el milagro tecnológico.

Pero aquí aparece el segundo problema: el progreso tecnológico no favorece la creación de empleo, al menos del empleo seguro, de por vida, con salarios generosos y aun crecientes al que estamos acostumbrados. Por tanto, la expectativa de que un crecimiento decente no parece compatible con el pleno empleo.

Y aquí aparece el tercer problema: la desigualdad. Porque hay gente que se gana muy bien la vida, y otras personas cuyos ingresos no crecen, y aun se reducen. Si su trabajo es repetitivo, puede acabar sustituido por un ordenador, o transferido a un país emergente.

Bien, pero, ¿qué podemos hacer? Si la causa de todo esto es una recesión temporal, lo mejor es esperar que el ciclo cambie; esa es la receta que muchos ofrecen para la economía española en el 2014. Pero me temo que no estamos ante un problema transitorio si, como he dicho antes, las expectativas de crecimiento son reducidas, la creación de empleo va a ser limitada, y no podemos confiar en el progreso tecnológico para crecer más aprisa sin destruir empleo. Ni tampoco en la educación, a la que presentamos como la panacea de todos los problemas laborales del presente.

Bien, sigamos buscando soluciones. Podemos intentar aislar el mercado de trabajo local de la competencia exterior y del progreso tecnológico. Pero esto significa aislarnos también en los mercados de bienes y servicios, y perder competitividad. Los costes serían excesivos, en un plazo corto. El declive de los sindicatos es una prueba de esto: mientras nuestros competidores estaban en el pueblo de al lado, los sindicatos eran efectivos, pero cuando están en Indonesia, o están escondidos dentro de un ordenador, y nuestras empresas compiten con las de todo el mundo, el proteccionismo no funciona.

Queda la redistribución de la renta: salarios mínimos más altos, impuestos progresivos, un Estado del bienestar más desarrollado... Bien, pero no me salen los números. Leí hace muchos años una historieta: en un país en plena convulsión social (probablemente España en los años 30) un grupo de revolucionarios se presentaba en casa de un rico terrateniente, exigiendo el reparto de su riqueza. El terrateniente dijo estar de acuerdo, e hizo un cálculo: "Tengo tantos millones, en este país hay tantas personas, luego en el reparto tocan a tanto per cápita: aquí tienen su parte; buenos días".

Repartir la renta solo es una solución duradera cuando la renta crece. Pero ya he mostrado mi escepticismo sobre las posibilidades de crecimiento futuro. Hace años las propuestas de algunos economistas y políticos eran: hagamos las reformas necesarias para que el producto interior bruto (PIB) crezca, y hagamos entonces una redistribución, pero, eso sí, que no mate la gallina de los huevos de oro, es decir, que no frene el crecimiento económico. Me parece que no funciona.

En el siglo XX conseguimos crecimiento, pleno empleo, una distribución más igualitaria de la renta y un Estado del bienestar al alcance de todos. El siglo XXI va a exigir planteamientos más imaginativos. Los hay, pero van más allá de lo que saben, quieren o pueden conseguir nuestros políticos, sindicalistas, empresarios y economistas, con sus planteamientos tradicionales.

Profesor del IESE.