Tres años de educación infantil, seis años de educación primaria, cuatro años de educación secundaria obligatoria, y dos infernales cursos de bachillerato. En total, 15 años de nuestras vidas empleados para forjar nuestro futuro. Muchos años estudiando para enfrentarnos al día de mañana, para preparar una prueba de acceso a la universidad, que será la que determinará la siguiente etapa de nuestra vida.

Sacrificio, esfuerzo, llanto, agobio, falta de tiempo, inestabilidad y confianza en el ímpetu que hemos puesto hincando codos durante horas y horas para unos exámenes finales. No se tendrá en cuenta absolutamente nada más que los conocimientos que en un tiempo récord hayamos sido capaces de almacenar en nuestra cabeza, la cual a lo único que se dedica es a tragar contenidos y vomitarlos cuando te entrega un tríptico.

Llevamos casi dos cursos enteros preparándonos para un solo examen. Porque según como está planteado el sistema educativo, Bachillerato no consiste en aprender ¿no?, consiste en que, según nuestras pruebas objetivas, nos sea asignado un número, que llegue a ser lo suficientemente alto para que podamos entrar a una carrera con la que podamos dedicarnos a lo que llevamos unos 15 años soñando.

Exacto, nuestro futuro soñado, depende de una prueba, y de una nota, la que en la mayoría de los casos no llega a ser lo bastante alta Y los estudiantes acaban metiéndose a carreras con una nota menor, porque se ven en la obligación, ya sea social, parental o individual, de cursar una de estas, lo que les llevarás a tarde o temprano acabar abandonando debido a la desmotivación que supone.

Pau, Evau, selectividad son palabras que los alumnos de segundo de Bachillerato escuchamos todos los días decenas de veces, y para la que nos preparamos física y mentalmente haciendo las pruebas que habían hecho en años anteriores, o prestando especial atención a los señores armonizadores que cada año deciden hacer nuevos cambios en el temario con no sé muy bien qué objetivo.

Una prueba, que no sabemos cuando va a ser. Teníamos el tiempo perfectamente medido, y ahora mismo solamente nos encontramos con una situación desesperante, no tenemos idea de que va a ser de nuestro esfuerzo o de nuestro curso, ni sabemos tampoco si el covid-19 va a perjudicar en todo lo que hemos trabajado para llegar donde estamos. Solamente nos hemos encontrado con la situación de que los profesores se dedican a mandar una cantidad innumerable de tareas diarias, mayor a la que nos mandaban cuando íbamos a las clases, o dando las lecciones mediante videoconferencias, intentando convencernos de que es igual que cuando se nos permitía asistir a los centros.

Y llegó la pandemia

Se nos aturulla la mente con una cantidad de contenido innecesario y llevamos semanas sin saber siquiera si vamos a terminar nuestro curso en el tiempo estipulado antes de que sucediera la desgracia que para todo el mundo ha supuesto esta pandemia. No sabemos si el curso lo terminaremos en junio, julio o septiembre o tan siquiera si lo terminaremos. Ahora mismo no es prioritario pensar en ello, ya que los tiempos que estamos viviendo, nuestro ansiado verano quizás a día de hoy es inexistente.

Creo que a nadie le cabe la menor duda de que la salud y el bienestar ciudadano es lo primero, y es algo infranqueable. Tiene que ir por delante de todas las otras cosas, pero supondría de bastante alivio para nosotros los estudiantes que aunque sea alguien en algún momento se refiriera a nosotros con alguna palabra de aliento o sosiego, o incluso de compasión o empatía. Que al menos alguien se refiera a nosotros, y no diciendo que nuestra selectividad va a ser pospuesta sin saber ninguna fecha determinada y creando por tanto una inquietud enorme, sino aunque nadie sepa cuando este maldito virus va a darnos una tregua, que nos den una respuesta que nos anime a pensar que todo nuestro sacrificio ha merecido la pena, aunque no vaya a ser de inmediato, que sea en algún plazo ya sea largo o corto.

Porque aunque para muchos somos la generación perdida, los que han nacido con tecnologías, o simplemente los mal criados o inoperantes, lo cierto es que somos la generación del futuro. Así que ya que nosotros confiamos en nuestros docentes, armonizadores, políticos u otras personas de poder, los que esperan tantísimo de sus alumnos, les necesitamos más que nunca para saber que nosotros también podemos contar con personas que miran también por el bienestar de sus dependientes, que somos todos los estudiantes de España y no solo por el suyo propio.

*Estudiante de bachillerato.