Hacienda somos todos. Pero el fraude fiscal ha sido un deporte nacional y estamos acostumbrados incluso a presumir de lo que no es sino un delito contra la comunidad.

Por desgracia, aunque ya no se alardea de incumplir las obligaciones fiscales, esta singular apropiación de lo ajeno alcanza todavía cifras billonarias... inmenso agujero que ha de ser tapado mediante la aportación del resto de los contribuyentes. Quizá una lista negra de potenciales defraudadores pueda considerarse, en cierto modo, un atentado contra su intimidad, pero nadie puede dudar del derecho y de la necesidad de Hacienda a controlar la veracidad de nuestras declaraciones y menos aún quienes nada tienen que ocultar por ser sus rentas de una transparencia absoluta, precisamente los más perjudicados por el fraude fiscal. Son, por supuesto, los más acaudalados quienes claman por un falso derecho, en defensa de la opacidad de unos ingresos cuyo origen se desvanece en la incertidumbre. La honradez ha de partir de uno mismo y en nada sufre con la luz; por el contrario, se hace sospechosa cuando codicia la protección de la oscuridad. Las medidas anunciadas son, pues, justas y dignas de aplauso.

*Escritora