Desde que perdió las elecciones del 14 de marzo, el PP (sorprendido de un fracaso que no esperaba) se echó metafóricamente al monte. Aún mal digerida --y mal aceptada-- esa derrota que se consumó por la pésima gestión política de los terribles atentados de Madrid, el PP se ha enquistado más en su inmovilismo, y en la idea de que él y sólo él representa la verdad de España. Déjenme decírselo pronto y rotundo. No soy un politólogo y me juzgo sólo un escritor y un ciudadano que piensa, y en tanto tal, el actual PP (considerado en el decurso histórico de la derecha española) me da verdadero miedo. Su oposición no es dura --eso sería normal--, sino que es tremebunda, pues se dedica por sistema (incluso con malos modos y gestos que rozan lo insultante) a descalificar todo lo que hace el enemigo, política de abrasivos y tierra quemada, tanto más terrible si se piensa que ese enemigo contra el que el PP carga su artillería (de momento sólo verbal, pero quién sabe, se muestran tan maleducados...) son todos los demás grupos parlamentarios, todos, y no sólo el PSOE.

¿PRETENDEel actual PP llegar a una política frentista, la mitad del país enfrentado a la otra mitad? Las circunstancias históricas no son las de 1936, cierto, pero esta política de frentes se parece mucho a la que dio lugar a la guerra civil. De un lado una izquierda plural y menos unida de lo que parece (muchos nacionalistas que optan por esta parte no son de izquierdas ni saben sumarse a políticas realmente estatales, aún en la pluralidad) y de otro una derecha que es menos monolítica de lo que parece, pero que como siempre tiene la virtud militar de aparecer unida ante el peligro. ¿Y en medio? Nada. Sólo el desierto. Lo impracticable e intransitable.

En el 36 fallaron las comunicaciones entre los bandos, los agentes benignamente catalizadores y comunicantes. Y hoy si esa comunicación existe, el público no lo nota. Nadie cree que el PP sea sólo ese partido de "centro avanzado", que él mismo pregona, porque entonces --nos decimos-- ¿dónde está la derecha? ¡Porque no irán a decirme que en España --mágico caso europeo-- no hay derecha! Y más aún, ¿dónde está la extrema derecha? Hoy por hoy todos están en el PP, y ésa es otra...

Pero no seamos maniqueos, en el otro bloque hay también compañías desusadas. ¿Qué servicio harán al Estado quienes dicen querer salir de ese Estado, que es España? El lío no es pequeño. Desuniones, diálogos de sordos o falta de diálogo.

Los nacionalismos catalán o vasco crecieron en el excesivo nacionalismo español del franquismo y --antes-- en la postración, pobreza y acedía de la España de fines del siglo XIX. Si a un escocés --también nacionalista-- no le importaba, pese a todo, seguir siendo británico, porque se sabía en una gran potencia, algunos burgueses vascos empezaron a no querer ser españoles, porque aquella España (pasadas sus glorias) era sólo postración y atraso. Y nadie --o casi-- se ha avenido hoy a ver el cambio, aunque haya sido grande, porque la derecha, subliminalmente, se resiste a pasar página.

¿Me tildan de exagerado porque estoy entreviendo algún tipo de guerracivilismo? Pues ojalá me equivoque, pero el análisis es claro. Mientras varias autonomías actuales reforman sus estatutos a la carrera (y el País Vasco pretende ya triscar por sus propios montes) el PP, en su nuevo programa, se pone en el lado opuesto: España una realidad intocable. Cierto que nos hace falta, de una vez por todas, un modelo de Estado plural que nos haga olvidar el viejo, obsesivo y cansino tema de qué somos --pues juntos estamos, y juntos están también los que quieren irse, pues han compartido historia-- que, dicho sea de paso, tantísimas energías nos roba.

Hace falta diálogo y buena voluntad, y el PP dice que ésas son ingenuidades de José Luis Rodríguez Zapatero. Pues si no hay diálogo y buena voluntad, ¿qué queda? ¿Los tanques, las guerrillas o tildar de terroristas a cuantos no se sientan a gusto en la España eterna?

Y CONSTE QUEyo (que he pensado seriamente en nacionalizarme francés para eludir el laberinto español que dijo el viejo Gerald Brenan) me considero plenamente español, pero creo que España debió hace mucho tiempo cambiar de capítulo. La derecha francesa, por ejemplo, no duda de que el Estado moderno procede de la Revolución francesa, y por tanto de la abolición del Antiguo Régimen. La derecha española de hoy --en conversación de sobremesa-- argumentará en superficie que ellos también son modernos, pero no podrán explicar por qué desde 1812 --cuando nace la moderna Constitución de Cádiz-- España ha sido una continua pugna.

Los conservadores franceses saben que nada tienen que ver con la Francia de Luis XIV. Los conservadores españoles (más o menos subconscientemente) se creen aún ligados a la Monarquía Hispánica de Felipe II, con la Iglesia a su lado. Y esta página (el claro abandono del Antiguo Régimen, la construcción de una Nueva España, todos juntos) aún está pendiente.

Pudo haber sido la de 1978, pero, al parecer, los flecos han terminado desgarrando la tela. ¿Por qué? Desde luego porque la derecha ha procurado reducir el autonomismo --en la medida de lo posible-- a un centralismo disperso y no ha dejado de usar (en el periodo de José María Aznar, sobre todo) la aludida marcha atrás. Además --y todo se liga--, porque nadie ha conseguido convencer de la pluralidad del Estado a los nacionalistas más contumaces, que con o sin razón, siguen también ligados a sus proyectos decimonónicos. Tampoco han cambiado. Y, en fin (y resumo), porque la Iglesia católica, que no quiere abandonar los muchos privilegios que debe al Antiguo Régimen, se niega --obcecada y feroz-- a liberar a la sociedad civil de sus lazos, y casi nadie parece plantarle cara y menos la derecha. El panorama es oscuro. Los frentes están claros. Las amenazas chirrían en el aire ( la derecha amenaza). Señores míos, o dialogan todos o ¿quieren decirme ustedes qué hacemos? ¿Preparar el exilio?

*Escritor