Ayer por la noche me paré frente al escaparate de una agencia de viajes, esperando ver en las ofertas algo que me recordará a los veranos que aborrecía y que ahora casi añoro, los hoteles todo incluido o los cruceros a ninguna parte. Solo había propuestas de villas en las islas, viajes a tierras polares y al Camino de Santiago. Somos una sociedad de contrastes, del abarrotamiento al recogimiento cartujo, del turismo para todos a la exclusividad de los viajes.

Fue el golpe definitivo en la constatación de que nada de lo conocido volverá, que este verano en el limbo que vivimos se extenderá a varias estaciones más. Sólo la aparición de una vacuna eficaz hará posible cualquier mínima previsión en nuestro futuro inmediato, mientras tanto, todos vamos sobreviviendo con más nostalgia que esperanza.

Sólo hay un problema que ocupa todo, que hace residuales otros asuntos a los que hubiéramos dedicado horas de polémica y ahora nos parecen irrelevantes, como las relaciones de Podemos y la prensa, las invisibles campañas electorales en Galicia y el País Vasco o lo que es peor, inevitables, como la supuesta corrupción del rey emérito. Una capa ansiolítica cubre esta desganada espera, cada vez más perdidos en lo colectivo y más necesitados de voces autorizadas que no solo informen sino alienten la espera. Después de meses de comparecencias diarias de portavoces técnicos y políticos del gobierno hemos pasado al vacío no cubierto por los responsables de cada comunidad autónoma, menos locuaces en esta crisis. De cien a cero, otra vez. Mi desánimo asomó el mismo día que Fernando Simón ocupó la portada de un dominical montado en su moto, me pareció un fin de ciclo. La persona que nos había llevado de la mano durante toda la epidemia nos soltó. Sus dos comparecencias semanales no dan para cohesionar y valorar los incontables titulares sobre los nuevos brotes, acompañados de rumores y diagnósticos contradictorios.

Seguimos en medio de una crisis, pero sin caras visibles sobre las que exorcizar nuestra angustia o esperar respuesta, aunque vaya a ser siempre la misma, prudencia e incertidumbre. Se nos entremezclan las desalentadoras noticias internacionales sobre los liderazgos erráticos y negacionistas de Trump y Bolsonaro con los silencios locales, y la sensación de orfandad se agranda. Ni las soluciones son individuales sino de estrategia colectiva, ni podemos estar en la anodina supervivencia del día a día, tiene que haber un propósito superior colectivo que trascienda las urgencias del presente y que empecemos a recorrer.