Las primeras semanas de Gobierno se han llenado de artículos sobre el aspecto, la indumentaria e incluso el aseo de algunos de los nuevos miembros del ejecutivo. Las críticas no están por igual repartidas, aquellos ministros con perfil más técnico y que proceden de las élites profesionales internacionales han sido indultados, porque ellos sí pertenecen al club de los posibles directivos. Los ministros de Podemos, igual que antes también se produjo con algunas ministras del gobierno de Zapatero, han sido el objeto de las diatribas que no esconden más que uno de nuestros peores prejuicios, el clasismo.

Resulta paradójico que en un país donde la crisis rompió el ascensor social, y el origen familiar condiciona cada vez más el nivel académico y el de ingresos, se siga insistiendo en ese modelo de sociedad cerrada en el que se recibe como extraños a aquellos que no están destinados por su cuna a formar parte de la élite política. No se trata de discrepancias ideológicas, es la dificultad de asumir que la democracia debe funcionar sobre los principios de igualdad para elegir, pero también para ser elegido. Si cada vez somos más individualistas, a excepción de en la identidad nacional, sorprende que el resorte de clase sigue ahí menos escondido de lo que querríamos creer.

Los desheredados de las antes clases medias-altas están intentado agarrarse al status que sus padres consiguieron y que en medio de la pauperización de las clases medias les resulta imposible mantener. En esta sociedad de apariencias y expectativas, el esfuerzo por parecer lo que no se es, se está convirtiendo en una dedicación a tiempo completo. El clasismo no es terreno abonado en el ámbito de la derecha y no solo afecta a lo económico. ¿Quién no conoce la sensación de estar fuera de sitio, de no ser bien recibido por sus colegas de profesión? ¿Cuántas veces has sido víctima y victimario de cierto clasismo intelectual? Hay reuniones en las que las miradas te devuelven un no eres de los nuestros y la condescendencia de la aceptación.

Lo importante es entrar en la rueda, y si no puedes pagar a tus hijos másteres con matrículas prohibitivas, vas a hacer toda una noche de cola para conseguir plaza en una guardería que te puntuará favorablemente para optar a una plaza en el colegio de El Pilar, fábrica histórica de líderes nacionales. Cuidar tanto la formación como las relaciones para pertenecer al club. Mientras un aristócrata español dice estar dispuesto a apoyar a los trabajadores del campo, en esta nueva revuelta, como uno de ellos. En este ascensor social que baja más que sube hay compañeros inesperados.