No he leído ni un libro desde el 14 de marzo, ni novela ni ensayo, nada. Lo he intentado muchas veces, he abierto varios a ver si conseguía engancharme de nuevo, pero ha sido inútil. He seguido todas las comparecencias del presidente del Gobierno, de los ministros, del jefe de la oposición, las ruedas de prensa diarias del comité técnico. He visto todos los plenos del Congreso para autorizar las prórrogas del estado de alarma, las sesiones de control, incluso las comisiones de Sanidad a las que el ministro lla comparecía una vez por semana, enteras. Me he transformado en un ser audiovisual porque requiere de menos concentración. Mi lectura solo ha sido para consumir información y opinión. Incapaz de leer una novela y adentrándome en informes científicos como si fuera capaz de llegar a entender algo. He consultado el BOE, leído con detenimiento la normativa que regulaba las prórrogas de los estados de alarma, como si formara parte del cuadro de mando. A algunos les dio por comprar papel higiénico para sentir que controlaban la situación, a mí por devorar información y convertirme en la portavoz oficial de la epidemia para mi familia y amigos, los principales damnificados.

He sido víctima responsable de mi sobreinformación, un caso más de infoxicación envuelto de ansiedad y angustia. La infoxicación te impide la capacidad de análisis de un flujo de información elevado, creyendo que podrás asumirla. Recordando al psicólogo Lewin, el conocimiento es poder, pero la información no. Con conocimiento puedes esquivar los bulos que nos siguen invadiendo en la desescalada, evitar el riesgo de compartir noticias falsas en el que he caído más de una vez. Yo que contrastaba hasta el pronóstico del tiempo, me deje llevar por el impulso emocional dentro de este maremágnum de agitación que hemos vivido, y que parece que en lo político todavía está por llegar su momento álgido.

Y ahora, además de cansada me encuentro hueca, como después de un atracón de comida rápida que te sacia de golpe, pero a las pocas horas el hambre vuelve más voraz. Ayer se abrieron de nuevo las librerías, y ese debería ser el primer paso de mi desescalada, retomar la lectura pausada, el ritmo emocional lento necesario para la reflexión. Entremos en ellas, más que nunca la cultura es necesaria y son el emblema del comercio de proximidad que necesitamos imperiosamente rescatar. Mientras tanto seguirá la tensión política que igual vista con un poco más de lejanía nos resultará menos venenosa.