El cierre de la planta de Schindler en Zaragoza ha vuelto a poner de triste actualidad el fatídico término deslocalización.

Recuerdo habérselo oído, casi por primera vez, a Santiago Marraco, presidente de la Diputación General en los años ochenta. Ya por entonces advertía aquel dirigente socialista del riesgo real de que las grandes empresas aragonesas creadas o participadas por multinacionales escucharan cantos de sirenas para trasladar sus fábricas a países donde la mano de obra era más barata y el mercado susceptible de crecer con mayor rapidez.

Treinta años después, seguimos hablando de deslocalización. Las causas que la provocaban no sólo no han desaparecido, sino que perduran, agravadas y extendidas a otros sectores (a todos los sectores). Schindler, Pipe, Losán y otras factorías y marcas aragonesas están en peligro, o ya en trance de deslocalizarse a países árabes, centroeuropeos o asiáticos, con la correspondiente crisis y empobrecimiento de sus sedes.

En cambio, en la industria política no se deslocaliza nada.

Algunos pensaban ingenuamente que con el correctivo penal Oriol Junqueras manifestaría una actitud más razonable, que él mismo y sus fanáticos colegas deslocalizarían su absurdo dogma de un territorio catalán bastante más inteligente de lo que sus pretendidos amos sospechan. Pero no ha sido así y ahí siguen, localizados en su lucha racial, distinguiendo amigos y enemigos y fabricando odio.

No son Junqueras, Rufián, Turull y demás iluminados emprendedores ni reformistas de nada nuevo.

No traen oportunidades, trabajo, empresas, amplios horizontes. Tampoco futuro, sino tensión racista, supremacismo y violencia... La misma que generaron los nazis alemanes, su verdadero origen. Pues es el nazismo, deslocalizado, el que ha prendido en estos intransigentes diputados, cuya política sectaria ha arruinado su comunidad y enfrentado a su gente.

Deslocalizar el nacionalismo catalán sería una de esas misiones que la democracia española debería apuntarse si quiere perdurar como un régimen a imitar en un viejo Occidente libre de locos.