Ha caído en mis manos, como donación de mi buen amigo Plácido Díez -dedicado también al Aragón vaciado- una monografía que tiene por título ¿Lugares que no importan? y de la que son autores Fernando Collantes y Vicente Pinilla, profesores de la Universidad de Zaragoza.

Siguiendo la recomendación de Plácido, leo el posfacio a la edición española, bajo el subtítulo Los mitos del debate público sobre la despoblación. Mitos que son cuatro: el mito de que caminamos hacia el desastre; el que asegura que nuestra experiencia contrasta vivamente con la de otras partes de Europa; el mito de que la España vacía es, en realidad, una España vaciada y un cuarto mito que asegura que el problema de la despoblación solo puede revertirse mediante nuevas políticas que encarnen un cambio de actitud drástico y terminen con el olvido con que venimos condenando a los pueblos.

Mi primera recomendación es que, al menos los 718 alcaldes de municipios de menos de 10.000 habitantes -lo que se considera el límite de «lo rural»- donde viven 400.000 personas -frente a los 13 que suman 900.000- se lean el texto al que hago referencia. Servirá para centrar la cuestión y abrir la mente a otras ideas distintas a las que pululan por ahí sin conseguir resultados positivos.

Superar los mitos es esencial para afrontar el problema de la despoblación que, como afirman Collantes y Pinilla, «no requiere más políticas sino, sobre todo, políticas mejores» y, continúan para terminar, que «sería bueno que nuestro debate público sobre despoblación rural se desplazara hacia el terreno de lo posible, contando más con las iniciativas locales y favoreciendo su desarrollo y florecimiento».

Y es aquí, donde por tercera vez en esta serie de artículos que bondadosamente me publica EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, arrimo el ascua a mi sardina en materia tan importante para nuestra tierra. Porque, en Aragón tenemos un modelo de organización territorial propio, casi único en Europa, aprobado por unanimidad, el único que tiene en cuenta las características poblacionales propias de nuestra comunidad y que no es otro que el modelo comarcal. Tenerlo en cuenta, con todas sus consecuencias, es la única posibilidad de afrontar con éxito la despoblación. Y, parece mentira que sesudos y reflexivos estudiosos- técnicos y políticos- de la materia no mencionen una realidad que está a su disposición -que para ellos querrían otras comunidades autónomas- y que bien aprovechada aportaría resultados prácticos y realizables.

Aceptando, para empezar, que es imposible resolver el problema de la despoblación en los 718 municipios, pero resulta relativamente fácil encarar la cuestión en las 33 comarcas. Siento decirlo, pero creo que se roza el ridículo, incluso se demuestra una supina ignorancia -y alguna dosis de mala fe- cuando no se toma en consideración un modelo de organización territorial, para el siglo XXI -no del XIX- que solo está esperando su desarrollo, empezando por transferir a las comarcas las competencias que tienen pendientes según la ley de Comarcalización de Aragón. Ley que, en aras de la solución de la despoblación, añadiremos a la «malograda ley para el Desarrollo Sostenible del medio rural y al margen de maniobra en la gestión de la PAC para redirigir esta desde las subvenciones agrarias hacia políticas activas de fomento de la inversión productiva y la calidad de vida», tal y como consideran los autores citados.

Añadan al modelo propuesto, un renovado papel de las diputaciones provinciales- que en contadas ocasiones hablan de las comarcas- y la reconsideración de la ciudad de Zaragoza como capital de Aragón, por encima de su provincialidad -ustedes creo que me entienden, si no se lo explicaré otro día- añaden algunos fondos que deberían seguir siendo especiales, etc., y habrán dado con la clave de la solución.

Para terminar, les recomiendo que relean -que osadía la mía- las dos entregas del 17 y 24 de noviembre pasado, Autonomía y territorio, publicadas en la sección De todo un poco de este periódico. No obstante, seguiremos insistiendo hasta conseguir que los que se preocupan y ocupan del Aragón vaciado, a pesar de su reconocida buena intención, dejen de pedalear en el vacío.