Es tiempo de encuestas y análisis por la proximidad de los comicios europeas. Los ciudadanos son llamados a las urnas, y aunque es probable que menos del 50% de la población española con derecho a voto lo ejerza, el clima preelectoral inunda la agenda informativa y arroja detalles reveladores y preocupantes. De entrada, se comprueba que el apego y la esperanza de los ciudadanos hacia las instituciones siguen por los suelos. Los organismos de la UE a renovar tras el 25-M presentan unos índices de confianza que han pasado del 57% en los años precrisis al 31% actual.

Justo cuando Europa se dispone a corregir los déficits democráticos de sus instituciones, otorgando más competencias al Parlamento y permitiendo la elección del presidente de la Comisión, los europeos parecen más descontentos que nunca. Perciben que el proyecto comunitario está subordinado a fuerzas económicas superiores y se muestra incapaz de armonizar un espacio político, económico y fiscal lleno aún de contradicciones y miedos, donde acaban primando los ventajismos por encima de lo que debería ser el interés general de cualquier ciudadano europeo. La tutela del FMI o del Banco Mundial, la preponderancia adquirida por Alemania y su canciller o la pérdida de pujanza de la Comisión en favor de la institución menos comunitaria y más interestatal como es el Consejo son factores que explican el distanciamiento de los ciudadanos y la fuerza que adquieren en países claves los movimientos euroescépticos.

Más preocupante que el descontento europeo es la percepción que existe sobre el conjunto del entramado público. Comenzado por lo más cercano, los ayuntamientos, y pasando por las diputaciones provinciales, los gobiernos autonómicos y el propio Estado, existe un nítido desencanto mezcla de impotencia, desconcierto y abatimiento colectivo... Así se pone de manifiesto en estudios de opinión como el que hoy publicamos en estas páginas, dedicado como es habitual a la ciudad de Zaragoza. Ningún líder político relativamente conocido consigue un aprobado significativo, ejerza el gobierno o la oposición, como tampoco se observan mejoras claras de valoración en la gestión de los servicios públicos o en la resolución de los problemas ciudadanos. En este escenario, no es de extrañar que los partidos políticos que optan a dirigir esas instituciones y hoy reclaman el voto para Europa sean percibidos como parte del problema, y no de la solución.

En el trabajo realizado para EL PERIÓDICO por AC Consultores y My Word se ha preguntado, además de por las preocupaciones ciudadanas, por las preferencias políticas ante unas elecciones municipales. Una de las conclusiones más reveladoras es que alrededor de la mitad de los preguntados podrían ser calificados como votantes huérfanos, entendidos como la suma de voto blanco, nulo, abstención e indecisión, cifra que en el caso de las elecciones europeas se eleva a los dos tercios del electorado. Incluso se da la circunstancia de que cerca de un 10% de los votantes votaría a partidos políticos diferentes, aunque muchos de ellos no saben a cuál.

Otro de los elementos significativos de la encuesta es que se consolida la pérdida de voto de las formaciones mayoritarias. El PP resulta castigado pese a estar en la oposición, y pasaría de quince concejales a diez, mientras que el PSOE mantendría su representación en los diez ediles, sin rentabilizar los perfiles más positivo de su gestión, amordazado por las apreturas económicas y acuciado por las urgencias. Desde 1987, cuando el centroderecha se dividía con un cierto equilibrio entre PAR y PP, la suma de populares y socialistas había sido tan baja como los 21 concejales que le otorga a ambos el trabajo de AC y My Word.

Los principales beneficiarios de esta cierta tendencia de ruptura del bipartidismo serían Izquierda Unida y Unión Progreso y Democracia, que obtendrían respectivamente cinco y tres concejales. Los otros dos serían para una Chunta Aragonesista que aguantaría estoicamente en los dos ediles pese a la innegable pérdida de espacio con la que deben batallar desde el estallido de las crisis izquierdas autonomistas o nacionalistas.

Más allá de los intereses particulares de cada partido, la foto demoscópica que arroja el sondeo refleja claramente que la fragmentación de voto llevará a coaliciones bipartitas, tripartitas y quizás en un futuro, en otros contextos o en otras instituciones, multipartitas. Y no solo eso, sino que muestra que la ciudadanía necesita recuperar la fe en la política y en los políticos como artífices de un modelo que además de garantizar la convivencia, la equidad y el equilibrio social, redistribuya mejor la riqueza y acabe siendo más justo, más transparente. Un modelo que corrija los mencionados déficits democráticos que no solo afectan a Europa, por mucho que ahora el debate se centre en los asuntos comunitarios por la inminencia de la cita electoral del 25-M. Y esto, aunque parezca de perogrullo, solo se consigue votando.