El fútbol ha vuelto a teñirse de luto, esta vez en un escenario no previsto y en horario infantil, un domingo por la mañana. El partido entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña había sido considerado por la Comisión Nacional contra la Violencia en el Deporte como de bajo riesgo y nada invitaba a presuponer que elementos radicales de las dos aficiones protagonizarían una auténtica batalla campal que se saldó con un fallecido, Francisco Javier Romero, 11 heridos y 21 detenidos. Una violencia desmedida y absurda, con armas blancas y barras de hierro que sustituyeron en unas horas aciagas a los cánticos y las banderas. Los radicales de extrema derecha del Frente Atlético se habían retado clandestinamente con los de Riazor Blues en un duelo sin sentido que derivó en algo ajeno a un partido que de ninguna manera debió disputarse.

Lo sucedido apunta a una grave descoordinación entre los clubs (especialmente el Depor) y la policía, que no fue informada del desplazamiento en bloque de 200 aficionados gallegos a Madrid y el riesgo que eso implicaba. Y a posteriori revela una asombrosa falta de reacción de los dirigentes del fútbol, porque es inadmisible que ningún responsable de la Federación Española de Fútbol estuviera localizable por la Liga de Fútbol Profesional para acordar la suspensión del encuentro. Pero también nos informa de la permanencia de una grave anomalía en el deporte. En el mismo escenario de ayer, cerca del Manzanares, hace 16 años fue apuñalado Aitor Zabaleta, hincha de la Real Sociedad. Y en el 2003 fueron elementos de los Riazor Blues quienes dieron muerte a un seguidor del Compostela.

Pese a las campañas contra el radicalismo en el fútbol español, muchas veces consentido e incluso promovido por los clubs, siguen siendo una realidad la exhibición de enseñas y símbolos fascistas, los cánticos racistas, los insultos y una pasión desmedida, ciega, sin más sentido que la confrontación y la violencia por la violencia. Ayer, reunidos con el Comisión Antiviolencia, tanto el presidente del Consejo Superior de Deportes, Miguel Cardenal, como el secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez, se comprometieron a expulsar a los violentos de los estadios, cerrando las gradas donde se produzca incitación a la violencia, si es necesario. ¿Colaborarán los clubs para conseguirlo? Ese es el reto.