Naturalmente que cincuenta y tantos millones de votantes pueden equivocarse. La prueba, sin ir más lejos, la tenemos en la recientes elecciones norteamericanas. Que se hayan equivocado adrede o sin querer es otra cuestión, pero el caso es que el sistema de votación democrática no atribuye la razón a la mayoría, sino sólo al triunfo numérico en las urnas. Los millones de alemanes que votaron a Hitler y le elevaron democráticamente al poder no tardarían mucho en reconocer su error y maldecir su designio (inspirado también por el miedo, la propaganda y la ignorancia) que les llevó y llevó al mundo a una catástrofe nunca vista. Claro que cincuenta y tantos millones de votantes pueden equivocarse, basta con que no estén muy instruidos y que se les coma minuciosamente la cabeza. En fin, eso lo sabemos todos y no es menester insistir en ello, pero sí que llama la atención que los mismos que dijeron que el pueblo español se había equivocado eligiendo a Zapatero vengan ahora, que es Bush el elegido, con la bobada de que la mayoría no puede equivocarse.

La noche oscura que ya se vivía en el mundo, se ha hecho más cerrada, ha triunfado la sinrazón que le ha proporcionado ese triunfo de su ídolo para acusar a nuestro presidente nada menos que de antipatriota. ¡El mundo al revés, la subversión permanente de los valores! El Gobierno español habrá de llevarse bien, porque es lo suyo, con el norteamericano, pero sus gestos de independencia, de soberanía y de dignidad nacional quedan ahí, y quedarán siempre, para admiración y ejemplo del mundo.