No es la primera vez que Pasqual Maragall me hace reflexionar. El president de la Generalitat es un regalo para comentaristas. Dice muchas cosas originales y enormemente sensatas; a veces, alguna provocadora, y más aisladamente, una apabullantemente desconcertante. La de que el reciente golpe dado por las autoridades francesas a ETA está en relación directa a las buenas relaciones existentes hoy entre París y Madrid, implicando que con el anterior Gobierno español difícilmente se habría producido, irrumpe ruidosamente en la última categoría.

EL COMENTARIOde Maragall tiene un sabor frívolo y partidista, no acorde con hombre de su talla y trayectoria. Me ha chocado, ante todo, como ciudadano.

¿Han estado Jacques Chirac, jefe de Estado francés, y Dominique de Villepin, ministro del Interior, colaborando con España en la lucha antiterrorista sólo en cuestiones banales porque aquí había un Gobierno, de sólidas credenciales democráticas, recordemos, que no les gustaba? ¿Habrían tenido indicios de la existencia de la cúpula de ETA en su territorio, planeando atrocidades en España, obviamente, no organizando excursiones a Lourdes, y no habrían dado órdenes de apurar las pistas porque el expresidente del Gobierno José María Aznar o el exministro de Interior Jaime Mayor Oreja no les caían simpáticos? Como europeo y como simple ser humano la idea me repele.

Hay algo más en mi sorpresa. En mi último año de embajador español en la Organización de las Naciones Unidas he sido presidente del comité contra el terrorismo. El comité, creado a raíz de la barbarie de las Torres Gemelas, tiene como misión que los estados, los 191 estados de Naciones Unidas, luchen seriamente contra el terrorismo.

La Resolución 1373 que instaura el comité es inequívoca tanto en la calificación del terrorismo como amenaza a la paz y la seguridad internacionales como en las obligaciones que impone a los gobiernos. Deben negar refugio a los terroristas, juzgarlos, reprimir la financiación de sus actos, proporcionarse recíprocamente el máximo nivel de asistencia en investigaciones y procedimientos penales relacionados con esta plaga, etcétera.

La resolución, obligatoria jurídicamente al emanar del Consejo de Seguridad, es bastante exhaustiva. No apunto yo que Maragall esté negando su filosofía. En absoluto, sus convicciones democráticas y humanísticas son harto impecables, pero ocurre lo siguiente: desde que surgió el comité, sus miembros hemos constatado que los estados cumplen correctamente la obligación de acomodar su legislación antiterrorista tal como les pide la ONU, pero que no basta con legislar. Ni allá cerca y ése es el peligro.

Hemos remachado ansiosamente que hay que aplicar también rigurosamente la legislación, perseguir de verdad el lavado de dinero, extraditar a los terroristas, prestar información a otros gobiernos independientemente de su color... Que hace falta una constante voluntad política para combatir el terrorismo. La insinuación de Maragall socava inadvertidamente nuestras admoniciones. Los gobiernos podrían poner más o menos celo en su colaboración en este tema capital en función de sus simpatías.

¿ESTARIAMaragall pensando en el pasado mediato? Hace décadas, en épocas ucedianas y en el inicio del PSOE, la cooperación antiterrorista de Francia no era total. Significados políticos galos tenían sus remilgos, ridículamente paternalistas, a colaborar con una democracia bisoña, incipiente. Para nosotros era insultante que, celebradas dos elecciones, con una Constitución democrática aprobada, dirigentes galos excusasen a los terroristas como en la época del franquismo y fueran cicateros con España.

Cuando el socialista Pierre Mauroy, en la escalera de Matignon, explicaba a los periodistas españoles que ayudar a España, "oui", pero entregar a personas en la frontera, como en la época de Vichy, "jamais, jamais", no sabías si se le había parado el reloj o si era simplemente memo. Mauroy, todo un primer ministro, no se percataba de que en España ya no había dictadura contra la que luchar, que las democracias extraditan a terroristas y que con su ignara actitud aumentaba nuestra inestabilidad. Esto es el pasado. Como sostenía días atrás Le Monde, la comunidad internacional debe unirse contra el terror, compartir información, ser solidaria... Francia hace años que lo es sin ambages. No podía modular su respuesta porque Aznar quisiera más poder en el Consejo Europeo.

¿Podían ser tan miserables Chirac o De Villepin? Rotundamente, no.

*Exembajador de España en la ONU