Se equivocó Aznar, se equivocó Mayor Oreja, se equivocó el PSOE empujando a Redondo Terreros y, ahora, reconoce su equivocación Ibarretxe, aplazando un plan que nunca fue un buen plan, y que sólo podría salir adelante ahondando más la fosa que cada día se cava en el País Vasco, con esa serenidad del suicida que se adentra, poco a poco, mar adentro, hasta que las aguas le cubren la cabeza. Se equivocó el PP creyendo que los nacionalistas desaparecerían gracias a un conjuro mágico. Se equivocó el PSOE, convencido de que los nacionalistas se han curado de la bulimia de poder que les aqueja, y se equivocó Arzalluz --y le hizo equivocarse a Ibarretxe-- pensando que basta desear algo ardientemente para lograrlo. En realidad, hay un sector del PNV que sueña con despertarse un día y ver que los votantes del PSOE y del PP han desaparecido, han emigrado hacia la España opresora, o, simplemente, se han diluido en la atmósfera. También hay algún estrato del PP que sueña con un País Vasco en el que la mayoría de los peneuvistas han renunciado a la independencia. Y, al despertarse, tras el recuento de los votos, elección tras elección, comprueban que el odiado y cerril enemigo sigue estando allí, constituyendo un obstáculo insalvable para que los vascos sean felices, y olvidando, unos y otros, que todos son vascos.

Los representados, no los representantes, o sea, los votantes, explican con bastante claridad que hay dos mitades, y lo explican de la manera más simple y científica que existe, que es la aritmética. Bueno, pues cada uno lee los resultados confundiendo los deseos con la realidad. El problema que tiene la realidad es su falta de corazón, su inconmovible naturaleza. La realidad no dice nada si la miran con gafas de colores, o con gafas de sol, o con gafas de aumento. A la realidad le da igual cómo la miren, porque sabe que, al final, no queda más remedio que reconocerla. Y, a partir de ese momento, hay que cambiar de planes. O volverse a pegar con la realidad.