En su libro publicado en 1936 Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, Antonio Machado nos cuenta: «Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse a sí mismo. Todos queremos estar de vuelta, sin haber ido a ninguna parte. Somos esencialmente paletos».

¿Y para qué este prólogo? La respuesta es muy clara. Tiene plena actualidad, está relacionado con todo lo que está ocurriendo en estos momentos en Cataluña. Si estamos donde estamos, es porque ha sido abandonado el diálogo, porque nadie en ambos lados pregunta, a no ser para responderse a sí mismo. Lo único que le interesa de su propia pregunta, es su propia respuesta. Y esto no es diálogo, sino puro y estricto monólogo.

Tal actitud, puede que tenga que ver con la idiosincrasia de los españoles, incluidos también, de momento, los catalanes, aunque no sabemos el futuro, que consideramos estar en posesión absoluta de la verdad. Mas la verdad no es patrimonio de nadie, por ello Machado nos advirtió: «Tu verdad no; la verdad; y ven conmigo a buscarla».

Y por otra parte, los españoles, según otro gran conocedor de nuestra idiosincrasia, Manuel Azaña, somos extremosos en nuestros juicios: «Pedro es alto o bajo; la pared es blanca o negra; Juan es criminal o santo… Los segundos términos, los perfiles indecisos, la gradación de matices no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida, resalto brusco, granito emergente de la arena».

Y nuestra verdad inmutable e irrefutable la defendemos a muerte sin concesiones con una extraordinaria visceralidad y vehemencia. Ante el tema catalán, gente educada, con formación universitaria pierde los estribos y la compostura. ¡Qué bien nos conocían el poeta sevillano y el político de Alcalá! Machado en Proverbios y Cantares: «De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea». Y Azaña: «El percibir exactamente lo que ocurre en torno nuestro, es virtud personal rara. La moderación, la cordura, la prudencia, estrictamente razonables, se fundan en el conocimiento de la realidad, es decir, en la exactitud. El caletre español es incompatible con la exactitud. Nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. ¿Es preferible conducirse como toros bravos y arrojarse a ojos cerrados sobre el engaño? Si el toro tuviese uso de razón no habría corridas. Un cartelón truculento es más poderoso que el raciocinio».

De acuerdo con lo expuesto, es lógico que todos aquellos que han tratado y tratan de introducir en la cuestión catalana ciertas dosis de mesura, de equilibrio, de transacción y de sentido común están marginados. Aquí se ha impuesto el todo o nada. Victoria o derrota. No se pretende convencer, sino derrotar y humillar al enemigo.

Considerar Cataluña como botín de guerra -tanto por los hunos como para los hotros según terminología unamuniana- dejará una herida profunda por mucho tiempo. A no ser que se esté aquejado de una gran irresponsabilidad política, esta huella futura cualquiera la puede vislumbrar. Mucho ojo. Estamos jugando con fuego. Los grandes incendios se inician con un simple chispazo. Por ello, aunque sé que la voz de un simple profesor de instituto no servirá para nada, no me resisto a recurrir a la de uno de esos marginados, dotada de sensatez y mesura. Juan- José López Burniol en el libro Escucha, Cataluña. Escucha, España, en el que han participado también Josep Borrell, Francesc de Carreras y Josep Piqué, nos advierte. «No todos los problemas se resuelven solos. Ni todos los resuelve el tiempo. Este problema no es de los que se desvanezca. Al contrario, se agrava con los años. De nada sirve ampararse en la ley, escondiéndose tras ella como un burladero. De nada sirve dejar la resolución del conflicto al arbitrio de jueces y tribunales. Hay que afrontar políticamente el problema, exigiendo a todos-como presupuesto irrenunciable- el cumplimiento de la ley, pero sabiendo que la solución no está en la letra de la ley interpretada rígidamente. Ni sin ley ni solo la ley. La pauta debería ser: la ley como marco, la política como tarea y la palabra como instrumento».

Recurro de nuevo a unas palabras de Azaña, que dedicó una gran parte de su actividad política al problema catalán: «Todos los problemas políticos tienen un punto de madurez, antes del cual están ácidos; después, pasado ese punto se corrompen, se pudren». Espero que todavía no haya llegado a corromperse y que se equivoque de pleno Antoni Puigverd cuando compara la actualidad de Cataluña con el juego de la comadreja y el gallo, una fábula de Esopo. La comadreja quería zamparse el gallo, pero necesitaba una razón para hacerlo y le acusó de no dejar dormir a los hombres. El gallo contestó que los ayudaba a despertarse. La comadreja lo acusó entonces de tener demasiadas novias, y el gallo contestó que así ponían más huevos. Cada respuesta del gallo era inútil, porque la comadreja presentaba una nueva acusación. Lo que ella quería era comerse el gallo; y así lo hizo.

Termino con una pregunta. ¿Cómo es posible que los cuerpos de Manuel Azaña y Antonio Machado sigan todavía fuera de España? La respuesta está implícita en las líneas precedentes.

*Profesor de instituto