El último día de clase, antes de las Navidades, mi hija Itziar, de 10, llegó a casa realmente contrariada. "Mamá ¿sabes que nos ha dicho hoy el profe? Pues que no existe ni Papá Noel ni los Reyes Magos, que son todo pamplinas para sacarnos el dinero? ¿A que no es verdad?", me preguntó una y otra vez de forma insistente, angustiada, con los ojos acuosos, en busca de una verdad absoluta, que despejara sus dudas. Yo sabía que no valía cualquier respuesta para salir del paso, por lo decidí hablarle de la importancia de cosas fundamentales en nuestra vida como la esperanza, la ilusión, los deseos o los sueños. "Lo que le ocurre a tu maestro --le dije-- es que se ha vuelto demasiado mayor, está un poco cansado y ha perdido la esperanza". Aquello derivó en todo un tratado acerca de lo que significa tener ilusión, al esfuerzo que todos tenemos que hacer por intentar conseguir las cosas que de verdad deseamos. Superado, inicialmente el trance, hace dos días, mi hija escribió su carta a los Reyes Magos y en ella pedía un paquete lleno de esperanza para su profe y una bolsa muy grande de ilusión para sus padres.