Las mujeres son la mitad de la humanidad, por lo menos. Pero la otra mitad, los hombres, no seríamos humanos sin ellas. Y a la inversa. Una mujer es una persona, ni más ni menos que un hombre. Es eso, no el sexo, lo que nos une y nos distingue a los seres humanos de todos los animales. «Tú» y «yo» se dice igual de cada persona en castellano y puede que en todas las lenguas pase lo mismo, aunque lo ignoro. Tú no eres «ya» porque seas mujer, ni yo soy «to» para ti aunque sea un hombre. Somos tal para cual salvando las diferencias y la dignidad de ambos que es la misma para todas las personas. La perfección humana, el humanismo de la humanidad consiste en esa relación personal. No en vano nos amamos de frente: cara a cara, y en el amor celebramos lo que somos en pie de igualdad. Nos encontramos tú y yo, yo y tú: entre nosotros y con nosotros; es decir, cada quien consigo y a la vez con otro. Que no somos nadie y andamos perdidos si andamos solos por el mundo sin compañía. Por eso creó Dios al hombre a su imagen y semejanza como dice el Génesis, y lo creó varón y mujer. Que eso es el hombre cabal, entero, y cada quien una persona en relación con otra.

Tengo una sobrina nieta a la que hace uno o dos años, cuando tenía tres, me presentó su madre y, al preguntarle qué era, me respondió enseguida con su lengua de trapo y gran desparpajo: «Yo soy una pesona».

Todos somos personas. Lo que no quita la diferencia entre personas o «pesonas» como diría y dijo mi sobrina, ni elimina la igualdad en la dignidad. No obstante y precisamente por eso, me considero «feminista» como persona. No porque sea una mujer, sino para defender su causa: la igualdad, y salvar sus diferencias. En esa lucha, y mientras sea necesaria, comparto su estrategia y la comprendo: estoy con ellas. Y desprecio la manada de los machos, ¡qué horror! Hoy mismo -cuando esto escribo- leo en los periódicos que uno de ellos ha matado a una mujer con noventa puñaladas en la espalda porque no era suya; es decir, por ser una persona... ¡Basta ya! Me horroriza la violencia de los violadores asesinos, la brutalidad infame que les degrada y nos confunde: que pone en valor lo más bajo, y desprecia el coraje del corazón. Y sospecho incluso de la razón instrumental, de esa herramienta de los cabrones para hacer lo que les apetece sin considerar ni respetar la dignidad de otras personas. Sin comprender las razones del corazón que las tiene, por supuesto, y ellos no entienden porque no tienen corazón ni entrañas sino instinto sólo y más abajo.

Que un hombre se haga feminista no es afeminarse, es serlo en relación: considerando, respetando y aprendiendo de la otra mitad. No es pasarse a la acera de enfrente y menos al enemigo, es salvar la distancia salvando las diferencias: humanizarse cabalmente, compartir las diferencias como una gracia que nos ofrecen ellas. Y ofrecer las nuestras a la par. Es comportarse como personas, en pie de igualdad: con la mano tendida y el corazón abierto, cara a cara y mirando a los ojos, sin confundir el encuentro que enriquece y humaniza a las personas con la confusión que empobrece y suprime las diferencias.

La historia y la vida que llevamos los hombres nos ha hecho diestros -y a veces siniestros- en el manejo de las cosas y la producción de objetos. Saber hacer es lo que más sabemos y lo que hacemos es casi todo, hasta la guerra. O el amor que ya no es eso cuando se hace sino sexo. La razón instrumental es la herramienta que utilizamos, ya se trate de producir medios de vida o contra la vida. Las mujeres, en cambio, han desarrollado más -eso creo- el trato con las personas y el cuidado de la vida que nace y crece. Puede que el orden y la firmeza sea más visible en nosotros, y la solicitud y el cuidado en ellas. Sea lo que fuere, lo importante es salvar las diferencias y no hacer del feminismo una guerra masculina. Ni del machismo una violencia contra las mujeres porque se puede, aunque no se deba. Lo importante es vivir en relación y poner en común la gracia y la sal de la vida. Ser lo que somos para otros y con los otros, desvivirse por otras personas, o dejar de serlo para morir matando a los demás. Ser o no ser personas, ¡esa es la cuestión! H *Filósofo