La vista pública que ayer se inició en el Supremo es sin duda un magnífico desastre jurídico y político. De entrada, ha sido preciso retorcer más allá de toda lógica y conveniencia los acontecimientos de septiembre y octubre del 2017, para encajar ahí el delito de rebelión. No hubo en ningún momento más violencia (en realidad menos) que en una huelga general o acontecimiento similar. Y si algunos incidentes fueron provocados por la pertinaz desobediencia independentista, la actuación del Ministerio del Interior fue un perfecto ejemplo de ineficacia, pésima planificación e incapacidad táctica y estratégica.

Luiego está lo de que el tribunal, siendo como lo es de naturaleza excepcional (si no, la cosa se estaría juzgando en Barcelona y no en Madrid), haya admitido como acusación particular a un partido que podrá, alegremente, llevar a la sala su particular discurso (será letrado su propio secretario general) demostrando por la vía de los hechos el carácter netamente político del proceso. Que además sea un partido extremista y extraparlamentario (al menos por ahora) da idea de cuán demencial resulta la situación.

La vista, además, se superpondrá a intensas y decisivas campañas electorales e incorporará interrogatorios, en calidad de testigos, de numerosos cargos y excargos políticos. Una verbena, en suma, cuyo fin no puede ser otro que la condena prefigurada por quienes durante meses han dado por hecho que el estado mayor secesionista debe ser castigado con dureza... y no admitirán otra cosa. Vuelve la vieja obsesión de la derecha hispánica, que solo paladea la victoria cuando destroza al adversario, le humilla y le aplica los más brutales correctivos posibles.

Así, Torra-Puigdemont, de un lado, y Casado-Rivera-Abascal, del otro, serán felices. La dirección de los dos nacionalismos radicales (el centrípeto y el centrífugo) que van al choque seguirá en manos de extremistas incendiarios, y mientras los patrioteros se regocijan se asestará el más duro revés posible a la causa de una España unida en su diversidad. Este juicio está perdido.