Un matrimonio acude con su bebé enfermo a una médico de Fraga. Le explica a la doctora en catalán los síntomas, y la doctora les pide al padre y a la madre que le hablen en castellano, porque no entiende catalán. Los padres se niegan, y la doctora desvía el reconocimiento médico del bebé a la vecina Lérida, que es catalanohablante. Si el bebé estaba grave, me parece una insensatez por parte de todos, y si no estaba grave, me parece una solemne gilipollez por parte de sus padres, porque la lengua es un medio para hacernos entender y para obtener auxilio, cuando estamos en peligro, y para solicitar agua cuando estamos sedientos, y es un medio de comunicación, no un fin. No sé si los padres se dedican a la actividad política, pero actuaron con la ortodoxia de algunos políticos: crearon un problema donde no existía.

De lo sublime a lo ridículo hay un paso, y cuando ese paso se da la gente se divierte mucho. No hace mucho, con unos amigos, en un crucero habitado mayoritariamente por anglohablantes, nos dimos cuenta de que hasta las instrucciones en caso de emergencia se daban en inglés, por lo que presentamos la correspondiente reclamación, en atención a los numerosos hispanohablantes que nos encontrábamos allí. Nos hicieron caso, porque éramos los clientes, pero si hubiéramos llevado un bebé enfermo, y se hubiera tratado de curarlo, habríamos tratado de hacernos entender en lo que fuera preciso.

Nunca he tenido problema con mi familia catalana, ni con mis amigos catalanes, por dos razones: porque son educados y porque no forman parte de la cofradía de los que crean problemas. En miles de establecimientos de hostelería de Cataluña, a los clientes se les atiende en inglés, o en alemán, o en francés, con toda naturalidad. ¿Por qué los inventores de la estúpida Babel no se enfadan con ellos? ¿Por razones comerciales?. Entonces, es que estamos ante un nacionalismo que tiene precios y tarifa.

*Escritor y periodista