Resulta chocante cómo caen uno tras otro estereotipos que creíamos definían políticamente nuestro país frente a los de nuestro entorno. No existía una extrema derecha como tal y en un año es la tercera fuerza política en el Congreso de los Diputados. No había opciones políticas ni declaraciones altisonantes contra la UE y hoy, toda la derecha reniega del Tribunal de Justicia Europeo por la sentencia sobre la inmunidad parlamentaria de Oriol Junqueras. La inmigración se iba llevando con un amplio consenso social y la van convirtiendo en un problema de convivencia que alimenta a la extrema derecha. Hay veces que lo que te libra del infierno te veda del paraíso.

Es curioso cómo el bloque de la derecha ha rechazado la sentencia por entender que limitaba la soberanía de nuestro país, que interfiere en nuestra Justicia, que ningunea a este Gobierno o que ataca directamente al Tribunal Supremo. ¿Cómo va a cuestionar la justicia española el TJUE si forma parte de la misma? ¿Pero acaso desconocemos que el TJUE es una de las instituciones más sólidas de la UE sobre cualquier ordenamiento jurídico nacional?

O se es europeísta o no se es; o se cree en los controles y contrapesos institucionales del Estado de derecho, o se apuesta por el populismo puro y duro. Que el PP utilice esta sentencia como munición en el combate político es inadmisible, ya que fomenta y avala el antieuropeismo de su extremo. Que le guste o no es otra cosa, y está en su derecho de valorarla como quiera.

El TJUE, al que España aporta jueces desde 1987 y cuya jurisdicción sobre las competencias europeas España reconoce y defiende desde entonces, surge en 1952 con el tratado de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) y se transforma en Tribunal de Justicia de los países miembros con el Tratado de Roma de 1957, y aunque sus competencias se ampliaron entre otros, en los Tratados de Ámsterdam (1999) y los acuerdos de Lisboa (2007), tras el fiasco del referéndum contra la Constitución acordada en Niza, es una de las tres instituciones esenciales de la arquitectura europea.

De sus sentencias se han generado directivas y modificaciones legislativas que en nuestro país han tenido enorme transcendencia económica y social. La más reciente, sobre el cómputo del trabajo a tiempo parcial para calcular los años que dan derecho a la jubilación, beneficiará a millones de personas. O la referente a las cláusulas suelo en las hipotecas de viviendas que supusieron una revolución en el sistema financiero. O la que contempla la indemnización y asistencia a los pasajeros aéreos en caso de cancelación o retraso de vuelos. O las obligaciones de las compañías de seguros. Los derechos de autor. O la fiscalidad en la discapacidad. La reducción de los trabajadores interinos de sanidad y educación... Tan solo en el ámbito del consumo hay infinidad de sentencias que han enmendado resoluciones de tribunales españoles.

Lo mismo cabe decir de otros países; ahí están las recientes sentencias contra los gobiernos polaco y húngaro por incumplimiento de la Carta de Derechos Fundamentales en lo referente a la inmigración y la independencia de la justicia.

Es por ello que los virulentos ataques y críticas a la sentencia son un precedente peligroso en una sociedad, la española, profundamente europeísta.

La diferencia entre el liberalismo democrático y el populismo todavía está en que aquél respeta las sentencias cuando le contrarían y este rompe la baraja y ataca a las instituciones cuando no le convienen.

Este concepto de democracia concebido en la clave del amigo/enemigo, nos lleva al no a los inmigrantes, no a la UE y sus directivas o sentencias, no a los informes de la Abogacía del Estado contrarios a mis opiniones, no a los acuerdos de gobierno... Todo se centra en la búsqueda de un enemigo. Hoy Europa, mañana la inmigración, otro día determinados políticos, ayer el nacionalismo de unos u otros...; los extranjeros siempre. Todo con tal de envenenar la democracia.

Esa forma de hacer política la vemos en Salvini, en Trump, en B. Johnson, en Le Pen, en Orban, en la extrema derecha alemana, o en Abascal, en España. El problema es que están contaminando al centroderecha y líderes de estas formaciones repiten argumentos y construyen argumentarios con estas mismas ideas.

En el fondo creo, que les falta confianza y les sobra temor.