Si, en efecto, de eso hablamos. De la sacudida y el impacto que el coronavirus está provocando en nuestras vidas. Tremendo lo de la crisis sanitaria en la que estamos inmersos, pero más lo es todavía, la ineficacia política que está demostrando nuestra madre Europa, incapaz de adoptar una posición común que garantice soluciones a la mayor crisis sanitaria de las últimas décadas. Una crisis, por cierto, con idénticas características a la acontecida en el 2008: pasividad, indecisión, lentitud en la toma de decisiones, e incapacidad para acordar una solución tajante y efectiva. Solo que, en esta ocasión, este cóctel molotov se está llevando unas cuantas vidas por delante. Y es que ese caminar en solitario de los 27, que hacen y deshacen a su antojo, no es otra cosa que un síntoma de debilidad, de no unidad. Ahí tenemos a una Austria con controles fronterizos; a una Hungría que prohíbe la entrada de toda aquella persona procedente de Italia; a una España vetando los vuelos a aeropuertos italianos; a una Alemania intentando restringir la exportación de suministros sanitarios dentro de la UE, dejando desprovista a una Italia que lejos de ser asistida por sus hermanos europeos ha tenido que recurrir a China. De novela negra. La misma alineación de bandos que en el 2008. Alemania y los nórdicos, insolidarios y contrarios a la propuesta de una Francia, que apuesta por un estímulo fiscal coordinado para minimizar el impacto económico de esta crisis sanitaria. Imperdonable la falta de responsabilidad y solidaridad de una Merkel impasible, de hielo, que parece seguir los pasos de aquellos a los que tanto ha criticado, a un Reino Unido, que a este paso, va a parecer santo. Que Dios salve a la Reina.

*Periodista y profesora de universidad