La campaña europea de los partidos españoles ha demostrado con creces que España, aunque esté ahí, en el mapa de la Unión, y en su ránking político, no es Europa. No, al menos, a la manera en que lo son otros.

El español sigue pensando en español. A veces piensa en Sudamérica, o en el Norte de Africa, pero nunca en Polonia o en los Países Bajos.

La barrera idiomática y el obstáculo natural de los Pirineos, al parecer infranqueables desde la comunidad autónoma de Aragón, cuyos túneles mueren en caminos de cabras, cuyos trenes se oxidan a la espera de que reparen los puentes volados, cuyos proyectos se mecen en la cuna de esa Europa burocrática y remota, gala y germana, siguen siendo nuestro particular muro. Que siempre ha estado allí, en forma de gendarmes, o, ahora, de señores comisarios europeos que nos imponen la cuota del cereal y del aceite de girasol.

Este desinterés general, unido al nulo tirón de los principales candidatos, ha hecho que el pueblo, ya estiado en la canícula, pase millas de mítines y debates, y que la campaña, farragosa y pesada, poco clara, y rebozada, para colmo, en los trapos sucios de casa, se venga eternizando cual serpiente de verano. Concederle a Borrell, o a Mayor Oreja, con el historial de ambos, un gratuito pedigrí de liderazgo continental equivale a soñar con los ojos abiertos. Ni sus mensajes, ni siquiera el apoyo de sus primeros espadas, Zapatero y Rajoy, ha logrado dinamizar los comicios, o hacerlos relevantes.

Así, nada tiene de extraño que los partidos en liza se hayan estampado, en mayor o menor proporción, contra la indiferencia global, incluido el desinterés de sus más fervientes seguidores.

ZP, de bolos por el Aragón postrasvase, sólo consiguió reunir cuatro mil personas en la plaza de La Misericordia, que mostraba, en contraste con el 14-M, los tendidos semivacíos. Rajoy y Rudi hablaron para poco más de dos mil amigos en un pabellón Príncipe Felipe que hubiera registrado mejor entrada con una banda de música. Chunta, por su parte, pinchó al convocar apenas tres centenares de seguidores en una Sala Multiusos que nunca se les había quedado tan grande, mientras el resto de partidos, más medrosos o prudentes, venían y vienen confeccionando una doméstica campaña de actos sectoriales, paseos por los parques y reparto de propaganda europea.

A medida que se acerque el ritual de las urnas, los dos grandes, PSOE y PP, insistirán en el sentido político de la votación. Como un refrendo de su victoria en las generales, por parte de los socialistas; como un correctivo a la historia negra que les tocó vivir en el aciago marzo, desde el punto de vista de los populares. En esa misma lectura se interpretarán las claves del un cómputo que, hoy por hoy, adolece de altos porcentajes abstencionistas.

Y es que el español, en cuanto lo sacan de casa, pierde sus referencias históricas. Europa, para la mayoría, sigue siendo una entelequia barroca, cosa de galos, de germanos, y de esos altaneros ingleses que nunca devuelven Gibraltar.

*Escritor y periodista