A veces creo que vivo en una historieta de Mortadelo y Filemón. Como cuando observo en las noticias a una señora con uno de esos perros diminutos y esponjosos debajo del brazo, diciendo lo preocupada que está por el (ya difunto) Excálibur, para luego añadir "Ah, y por su dueña, pobre Teresa". La pobre Teresa tiene ébola, un virus que con mucha frecuencia te proporciona una muerte bastante desagradable, por cierto. Solo en una historieta de tebeo, un perro llegaría a la portada de los diarios norteamericanos, mientras en África la gente muere abandonada en el suelo de los hospitales, agonizando entre sangre y fluidos. Es verdad que preocuparse por Excalibur no quiere decir que no nos preocupemos por los enfermos humanos, pero esta especie de histeria colectiva es impúdica, como poco, y ofensiva para los africanos que luchan y mueren.

Ese perro era un peligro potencial, y no sé si saben lo que piden quienes preferían que fuera destinado al estudio científico, antes que al sacrificio rápido e indoloro. Porque Excálibur ya no iba a volver a olfatear árboles en el parque, por si no ha quedado claro. Excálibur, de seguir vivo, se pasaría el tiempo sometido a pruebas en un laboratorio, rodeado de extraños. Que a lo mejor hubiese sido lo más apropiado para el avance de la ciencia, pues también. De no ser... de no ser porque no había laboratorio dónde estudiarlo, según reconocieron ayer los responsables científicos españoles. Y de haberlo, igual tenían que hacerlo con monos que les quedaran cortos de mangas (dato real), y luego desinfectar las zonas infectadas por un virus letal con un simple trajecito de papel. ¿Qué? ¿Vivimos o no vivimos en el universo de Mortadelo y Filemón?

Periodista