Es posible que la política nacional española sea un experimento de selección adversa. Los partidos han perdido contrapesos internos, convertidos en populismos de siglas. La gran aportación de las formaciones populistas es la contagiosa normalización del odio al adversario; David Mejía ha señalado el carácter pionero de Podemos al respecto. Las marrullerías se justifican y el espacio de la convención no escrita desaparece. La persona que, como señalaba Fernando Vallespín, ha tenido un comportamiento realmente político ha sido la tecnócrata: la vicepresidenta Calviño al detener el estupefaciente pacto para derogar la reforma laboral.

Ese acuerdo provocó la mayor crisis interna del Gobierno. Ha mostrado una vez más que la palabra del presidente Sánchez es de una validez total: la romperá. Posiblemente es el político más fiable que hay en el mundo. El pacto era innecesario e irrealizable. Enfadó a los agentes sociales, confirmó que la forma de tratar a otros grupos (aunque te apoyen) es el desprecio en el mejor de los casos, provocó asombro general y grietas en el gobierno. También debilitó la posición de España en la UE en un momento delicadísimo: hablar de falta de seriedad es un eufemismo.

El spin ha estado a la altura de las circunstancias. El objetivo del pacto con Bildu -nada menos- era salvar vidas, han dicho. Da igual que sus votos no fueran necesarios. La estrategia de los expertos en comunicación, parece, es insistir en la explicación que culpa al contrario, por inverosímil que sea y por absurdos que sean los giros que vayan añadiendo. La identificación es afectiva y la evaluación cada vez más ajena a los hechos. «Hemos visto el pronóstico del tiempo de los republicanos, ahora veremos el de los demócratas», decía una viñeta del New Yorker. Es una especie de identitarismo epistémico, que evita que las cosas se valoren en sus términos.

En una semana difícil para el gobierno, Vox vino a restacatarlo. El partido nacionalista ha capitalizado parte del descontento por la gestión de la pandemia y de la tensión por el encierro con su adaptación de la tractorada indepe. Muchas críticas, razonables o no, al Gobierno se podrán desacreditar asociándolas a la ultraderecha, y la ultraderecha podrá crecer a costa del dolor y el enfado. Sería absurdo: Vox mantuvo su mitin el 8-M, propaga teorías conspirativas y racistas sobre el virus, ha sido irresponsable y frívolo con respecto a los riesgos y las víctimas. Espinosa de los Monteros declaraba sobre la manifestación del sábado: «Esto es impresionante. Lo más parecido que yo vi a esto fue cuando ganamos la Copa del Mundo». Había más de 28.000 muertos.

@gascondaniel.