El ayuntamiento ha ordenado el desalojo de un asentamiento chabolista, junto al pabellón Príncipe Felipe, en el que viven una docena de familias. Se entiende, porque el poblado está ubicado delante del recinto ferial, y las caravanas, los niños descalzos y las letrinas al aire libre no son la mejor carta de presentación para una ciudad en fiestas y en posibles vísperas de acoger un acontecimiento internacional. No es de recibo, pero no sólo por la imagen que pueda proyectar la ciudad sino por la vergüenza de consentir semejante inframundo en el mundo civilizado, rico, y próspero que destila Zaragoza.

Hay que sacar a los chabolistas del lugar que ocupan, pero de ninguna manera se les puede expulsar si los ciudadanos conservan el mínimo sentido de la conciencia social que les llevó a elegir opciones políticas comprometidas con la causa. Da igual la sigla política de ahora, antes o después, porque todas se comprometen pero ninguna encara la cuestión con valentía, sin demagogias ni hipocresías. Mientras las instituciones firman convenios que no cumplen y la Asociación Gitana mira para otro lado consintiendo que se agudice el problema, Cáritas se está empleando a fondo en la escolarización de los niños y la inserción de los adultos. Y siendo importante la labor de los voluntarios, que lo es, poco se puede avanzar si no hay programas reales de integración social. Programas que sirvan para dignificar la vida de estas familias a las que hay que integrar y para evitar la picaresca alimentada por una política de caridad mal entendida y barracones alicatados hasta el techo.