La felicidad son instantes capturados en el tiempo. También puede ser algo sentido como propio o la observación de la felicidad ajena.

En estos días iniciáticos del otoño dos niños explotaban de felicidad saltando las olas de un mar bravío y frío. Uno tendría diez años y el otro siete; uno era mulato y el otro negro. Sus cuerpos brillaban al sol como dos joyas en la soledad de la playa vacía. En cada embestida de la última ola gritaban excitados y se enfrentaban a las toneladas de agua salada de espaldas y con los brazos en cruz. Formaban un espectáculo único.

Los chavales guardaban la prudencia debida ya que hacían pie, aunque las olas en su avance hacia la orilla sobrepasaban sus cabezas morenas. En cada batida se subían rápidos los bañadores que se les escurrían por las piernas ante la fuerza terrible del agua. Reían, gritaban, avanzaban, retrocedían, se enfrentaban al mar revuelto con asombrosa persistencia. No se cansaban nunca. Estrenaban la vida y les sobraban energías para seguir con ese juego hasta el agotamiento.

Imagino que se sentirían héroes enfrentándose al peligro de las olas consecutivas, enfadadas y poderosas. Sin duda eran felices. Y yo envidiaba esa felicidad plena, física, pura naturaleza y juventud. Verlos también me llenaba de paz; porque la contemplación de la hermosura transmite una felicidad regalada. Una serenidad contemplativa, que la mayor parte de las veces supone un armisticio ante el avance inexorable de nuestra propia vejez.

Quizás con el paso del tiempo busquemos la felicidad en la medida de nuestras posibilidades que se hacen más pequeñas, más domésticas y menos ambiciosas que en la juventud. Por eso la contemplación de los dos niños saltando infatigables las olas me produjo felicidad. Me estaba contagiando de su energía y vitalidad cuando ya la voy perdiendo para hacer esas cosas tan maravillosas con un mar revuelto, que más que placer lo que me infunde es un tremendo respeto.

Nos queda pues la enorme ventaja de la contemplación de la felicidad ajena, y de la búsqueda del placer y del bienestar en todos los ámbitos de la vida. Ser conscientes de que el tiempo se nos escapa de las manos muchas veces sin darnos cuenta, de que hemos perdido un instante de felicidad por estar preocupados y demasiado ocupados, por tanto, para contemplar la belleza a nuestro alrededor.

Conseguir metas deseadas también nos produce satisfacción, así como mucho esfuerzo y trabajo y desgaste. Muchas veces me pregunto si realmente encontramos felicidad en la consecución de estos retos en los que nos metemos o nos dejamos enredar los humanos para descubrir otros territorios, cuando el objetivo último de las personas es conseguir la felicidad. Indudablemente nos sentimos felices cuando hemos terminado una tarea bien hecha o iniciamos otra con ilusión. Esa plenitud y satisfacción es casi la misma que la de los dos chavales saltando las olas en un mar embravecido.

*Periodista y escritora