Sánchez preferiría gobernar en solitario o con cesiones mínimas. ¿Quién no desea que le toque la lotería? El deseo tiene una lógica muy potente, pero a veces se evapora sobre las ascuas de la realidad. Iglesias exige a Sánchez una coalición. Conoce bien la sangría que le supuso el combate frontal contra el PSOE y luego la colaboración parlamentaria con él. Una coalición, además, le permitiría reagrupar fuerzas para recoser su liderazgo.

El PP y Cs no prestan oídos al establishment, deseoso de un Gobierno sin dependencia de Podemos (política económica y laboral) ni de los independentistas. Casado, volcado en la reflotación de su partido y de su jefatura, no contribuirá. El rechazo de Rivera es aún más elocuente. El líder de Cs hace unos cálculos extraños. Su techo electoral nunca ha sobrepasado el suelo del PP. Sin recurrir al estrangulamiento del adversario se antoja difícil un sorpasso. Pero en vez de enviar al PP a la oposición en Madrid y ahondar la fragilidad de Casado, le brinda un enorme balón de oxígeno institucional.

El deseo de Sánchez. Gobernar en solitario. Iglesias está necesitado y eso anima a Sánchez a subir la apuesta. Iglesias sabe que él puede perder unos diputados más, pero Sánchez puede perder el Gobierno. Palabras mayores. De aquí saca fuerzas el líder morado para el pulso.

Sánchez no es persona que rehúya el riesgo ni los desafíos. Ahí están la épica batalla por el PSOE y la conquista del Gobierno. Un hombre solo. Gary Cooper en la estación de Hadleyville. La diferencia radica en que entonces Sánchez tenía todo por ganar y poco que perder. Ahora, la fórmula se ha invertido.

Forzar la repetición electoral entrañaría grandes riesgos para la izquierda: frustración del electorado progresista y refugio en la abstención, recuperación de la derecha… En el mejor de los casos, el PSOE arañaría unos diputados a Podemos, pero seguiría dependiendo de él para formar mayoría. Pocas compañías de seguros cubrirían ese riesgo. Pero tampoco hubieran cubierto el funeral de Cooper. H *Periodista