Fue empezar a llover y arrugarse el Zaragoza. Hasta entonces, el equipo aragonés fue reconocible. Intenso, sacrificado, currante y solidario. No es sencillo superar en todo eso a un Reus que, precisamente, basa su supervivencia en derrochar todas esas virtudes y, por cierto, un buen toque de balón. Pero el Zaragoza fue mejor que su oponente durante un buen rato. No había otra forma de conseguir la victoria donde casi nadie lo había hecho.

Pero entre el paso adelante del Reus y el que dio atrás el Zaragoza, la segunda mitad volvió a mostrar otra cosa bien distinta. El equipo bajó prestaciones enseguida y la banda izquierda zaragocista se convertía en la mejor vía de escape para los catalanes en busca de botín. Por ahí vino el empate y demasiadas incursiones peligrosas del Reus ante la falta de reacción desde el banquillo. Lasure no tuvo su día, Guti volvió a demostrar que no está para ser titular y otro aragonés, Miramón, por cierto, sin renovar ni intención de hacerlo, se lo pasó en grande por ese costado. Sorprendió que Natxo nunca cambiara el ayudante de Lasure, ni siquiera en el último cuarto de hora, cuando dio entrada a Zapater, al que colocó en la derecha. Desde luego, no era el ejeano quien tenía que descansar.

Ese paso atrás se acentuó a falta de unos veinte minutos, cuando todo el equipo pasó a defender en su campo, dejando la presión adelantada para contadas ocasiones. Estaba claro que el Zaragoza firmaba el empate. De hecho, era evidente desde el jueves, cuando Natxo pregonó a los cuatro vientos que el ascenso directo no era una opción. Uno sigue creyendo que hay mejores formas de restar presión a los suyos que tirar de conformismo. Esa falta de ambición es la misma que mostró el equipo durante buena parte del segundo tiempo en Reus. Con lo fácil que habría sido apelar a aquello del partido a partido y ya veremos dónde acabamos, tal y como se venía haciendo de forma unánime hasta ahora con eficacia probada.

Meritorio o insuficiente, el valor real del punto obtenido en tierras catalanas solo lo dará el tiempo. El mismo que tiene por delante Verdasca para seguir progresando. El central, el mejor zaragocista en Reus sólo superado por una afición otra vez ejemplar, completó quizá su mejor partido desde que llegó. Pletórico en la colocación, en el cruce o la anticipación, su poderoso avance en el gol de Toquero se recordará durante mucho tiempo. Daba la sensación de que los rivales salían disparados al tratar de frenar su aguerrida arrancada. Hay quien recordó aquel "a mí el pelotón Sabino, que los arrollo", que pronunció Belauste en un partido de la selección española hace un siglo en una ofensiva que también acabó en gol.

Verdasca fue el futbolista más vertical ayer del Zaragoza. Tapado Eguaras, también desafortunado, el portugués se convirtió en un recurso válido para dar salida al balón y superar la presión del rival y encontrar líneas de pase. Además, ha conseguido minimizar aquellos errores serios que llegaron a costar disgustos. Es fácil identificarse con Verdasca. Contagia garra, ilusión y hambre, ingredientes esenciales para un futbolista de apenas 20 años. Esa furia que mostró en el gol ante el Reus es la que el zaragocismo exige a su equipo. Huir del conformismo y mirar siempre hacia adelante. Sangre en los ojos, puños apretados y dientes afilados. Belauste sabía de esto.