Este año se cumplen aniversarios redondos de las muertes de Galdós y Dickens. El destino de la mayoría de los escritores es el olvido, algunos entran y salen del canon, que siempre está en discusión, pero ellos son dos autores centrales en sus lenguas. Al leerlos podemos sentirnos más o menos cerca de sus formas de narrar y de muchos aspectos ideológicos. Vemos cómo cambia nuestro criterio con el tiempo, por nuestras circunstancias personales y sociales. También, en muchos aspectos, resultan sugerentes, entretenidos e iluminadores.

Janan Ganesh ha relacionado a Dickens con el capitalismo filantrópico, que también inspira un debate en nuestro tiempo. El novelista, que desconfiaba de las revoluciones, a veces parecía pensar que la bondad personal podía corregir los fallos del sistema. En un gran ensayo Orwell mostraba su desacuerdo. Él, socialista democrático, defendía un cambio estructural. (Dickens, como buen novelista, sabía jugar con la ironía y la ambigüedad. Una de sus mejores novelas, Grandes esperanzas, explora las contradicciones del patrocinio.)

Galdós todavía es capaz de generar polémicas, y eso muestra que es un autor vivo. Es uno de los creadores de un imaginario liberal español, un cronista de las ilusiones políticas perdidas, un retratista de los intereses que a veces están detrás de la caridad o de los límites de las buenas intenciones: una idea que desarrolló con brillantez uno de sus mejores lectores, Luis Buñuel. Una de las figuras más emblemáticas de Galdós es la del cesante, que ejemplifica el personaje de Villaamil en Miau. Describe la opresión del engranaje burocrático y la captura de las instituciones por los partidos: algo que muchos años después vemos cada semana; hace unos días con el candidato de Podemos a la Comisión Nacional de Mercados y de la Competencia.

Son escritores de su tiempo que nos ayudan a entender el nuestro. Para ello no podemos verlos únicamente desde su momento histórico, pero tampoco podemos acercarnos solo desde el ángulo moral que está más de moda esta tarde. Cuando, como parece ser cada vez más común, se pretenden «cancelar» obras porque parecen racistas, inapropiadas o de mal gusto (a veces se recomienda dar «contexto»: algo que se hace constantemente pero que en este caso solo es un eufemismo), o cuando alguien se siente ofendido por una obra y piensa que la solución no es que él no la vea, sino impedir que otros puedan acceder a ella, no combatimos lo que no nos gusta sino la representación que nos ayuda a entenderlo y derrotarlo, negamos la complejidad y nos quedamos más pobres, más literales y más indefensos. H @gascondaniel