La primera mitad del XX fue uno de los periodos históricos más dramáticos de la humanidad, ya que se produjeron dos cruentas guerras mundiales. Por ello, no es casual que en esa época la literatura fuera muy crítica. Una obra emblemática es 'Gog', de 1931, del italiano Giovanni Papini.

Gog es el inmigrante que logra fortuna en EEUU, pero que se aburre; por ello decide emplear sus millones en cumplir caprichos excéntricos, nuevas sensaciones, coleccionar cosas inútiles, codearse con grandes pensadores y artistas, y por último, jugar a ser Dios, decidiendo la suerte de otras personas.

Papini utiliza este argumento para desarrollar un original libro de relatos, a modo de un anecdotario o un cuaderno de apuntes. Junta ficciones, opiniones, entrevistas, curiosidades, anécdotas inverosímiles y propuestas indecorosas, todo narrado por Gog, a quién utiliza como vehículo de su mordaz crítica social. Toca muchos temas: el capitalismo, la superpoblación, la industrialización, el comunismo… además de enjuiciar a personalidades como Freud, Lenin, Ford, Einstein o Gandhi… Muestra un gran acierto a la hora de prever el futuro. De ahí, que muchas de sus afirmaciones sean actuales.

Reflejaré algunos fragmentos de profundo calado.

De la entrevista con Henry Ford: «-Usted sabe -me ha dicho- que no se trata de desarrollar una industria, sino de realizar un vasto experimento. Nadie ha comprendido bien los principios de mi actividad. Sin embargo, son muy sencillos: se reducen al Menos Cuatro y al Más Cuatro. El Menos Cuatro: disminución proporcional de los operarios; del tiempo para la fabricación de cada unidad vendible; de tipos de los objetos fabricados; y, finalmente, de los precios de venta. El Más Cuatro, relacionado con el Menos Cuatro, son: aumento de las máquinas de los aparatos, con objeto de reducir la mano de obra; de la producción diaria y anual; de la perfección mecánica de los productos; de los sueldos».

Con Gandhi: «-Quiere saber -me ha dicho- por qué deseamos expulsar a los ingleses de la India. Es sencillo: los mismos ingleses me han dado esta idea castizamente europea. Me formé durante mi larga estancia en Londres. Me di cuenta de que ningún pueblo europeo soportaría el ser mandado por hombres de otro pueblo. Entre los ingleses, sobre todo, este sentido de la dignidad y de la autonomía nacional está desarrolladísimo. No quiero ingleses en mi casa precisamente porque me parezco demasiado a los ingleses».

Con Lenin: «Murmuré sobre su gran obra realizada en Rusia. -Pero si todo estaba hecho -exclamó Lenin- antes de llegar nosotros. Los extranjeros y los imbéciles creen que aquí se ha creado algo nuevo. Error de burgueses ciegos. Los bolcheviques no han hecho más que adoptar, desarrollándolo, el régimen zarista, que es el único adaptado al pueblo ruso. No se pueden gobernar 100 millones de brutos sin el bastón, los espías, la policía secreta, el terror, las horcas, los tribunales militares y la tortura. Nosotros hemos sido solo la clase que fundaba su hegemonía sobre este sistema. Eran 60.000 nobles y 40.000 grandes burócratas; en total, 100.000. Hoy cerca de 2 millones de proletarios y de comunistas. Es un progreso, porque los privilegios son 20 veces mayores, pero el 98% no ha ganado mucho en el cambio. Esté seguro de que no ha ganado nada. -Entonces -murmuré-, ¿y Marx, y el progreso, y lo demás? -A usted, un hombre potente y extranjero -añadió-, se lo podemos decir. Nadie lo creerá. Pero recuerde que Marx nos ha enseñado el valor instrumental y ficticio de las teorías. Dado el estado de Rusia y de Europa me he servido de la ideología comunista para conseguir mi verdadero fin. En otros países y en otros tiempos hubiera elegido otra. Marx no era más que un burgués hebreo aferrado a las estadísticas inglesas y admirador secreto del industrialismo. Un cerebro saturado de cerveza y de hegelianismo, en el que Engels esbozaba alguna idea genial. La Revolución rusa es una negación de las profecías de Marx. Donde no había casi burguesía, ha vencido el comunismo».

Dejo para el final la guinda La compra de la República. Su lectura me ha remitido a la Grecia de la crisis de la deuda, a la reforma del artículo 135 de nuestra Constitución, o a la plutocracia de EEUU.

«Este mes he comprado una República. Capricho costoso. Era un deseo que tenía hace mucho tiempo. Me imaginaba que el ser dueño de un país daba más gusto. La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El presidente tenía el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto de clientes suyos, era un peligro. Las cajas de la República vacías; crear nuevos impuestos hubiera supuesto tal vez una revolución. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República, y además asigné al presidente, a todos los ministros unos emolumentos dobles de los que recibían del Estado. Me han dado en garantía -sin que el pueblo lo sepa- las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un covenant secreto que me concede el control sobre la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el dueño casi absoluto del país».

Tras la II Guerra Mundial, Papini en 1951 publicó Gog: el libro negro. No menos impresionante.

*Profesor de instituto