Las gentes que trabajan en el cine tienen fama de ser anticonvencionales, pero lo cierto es que, a la hora de la verdad, son los más apegados a la tradición, como se demostró en la gala de la Academia. No hubo maquillador, técnico de sonido, diseñador de vestuario o actor reconocido que, a la hora de recoger el premio, no se acordara de su mujer, de su marido, de su hermano, de sus cuñados, y de algún que otro primo.

En cualquier otra entrega de galardones, en otros ámbitos, los premiados son mucho más inhibidos. Los catedráticos, los ingresados en las academias, los científicos, los médicos reconocidos por sus investigaciones, en fin, casi todos los colectivos, suelen ser muy pudorosos en el momento de los agradecimientos, y es muy raro que un premio Nobel de Economía o un Premio Cervantes, tras recoger el galardón, diga que todo se lo debe a su padre, o a su madre, a su mujer, o a todos a la vez. Sería extraño que estos galardonados que no recuerdan al marido o a la esposa o a los hijos, tras recoger la distinción, fueran unos desalmados a los que no les importa la familia. Así que lo que debe suceder es que la gran familia del cine español es el colectivo con más intenso amor a la familia. Porque en otras familias cinematográficas no sucede eso. Los italianos, en la entrega de los premios Donatello; o los franceses en los César, o los estadounidenses en los Oscar, no suelen aludir de manera tan intensa como extensa a la familia.

También puede ser debido que en esas fiestas cinematográficas fuera de España los asistentes suelen ir vestidos de etiqueta, mientras que aquí parece que acaban de ser rescatados del sofá del cuarto de estar, y apenas les ha dado tiempo de echarse una chaqueta por encima, aunque sea de cuero, sobre la camisa desabrochada. Podría ser que el aliño indumentario doméstico incitara al recuerdo familiar, no sé. Pero está claro que nos encontramos ante un indiscutible hecho diferencial que merecería ser estudiado.

*Escritor y periodista