Lo más llamativo del debate que ha surgido en torno al papel de la Iglesia en la vida pública española es, precisamente, eso: que haya debate. Porque hasta la fecha éste ha sido un tema cuidadosamente soslayado para no herir la superlativa susceptibilidad de la jerarquía católica. El paso del tiempo y la pérdida de influencia social por parte de dicha jerarquía nos ha llevado a las polémica actual; polémica que hasta la fecha discurre por cauces de normalidad. Los unos dicen esto y los otros decimos aquello; o sea, lo habitual. Muy ocasionalmente en el intercambio de pareceres salta algún exabrupto menor (por ambas partes, queridos hermanos, por ambas partes). Y si desde la Conferencia Episcopal se llega a decir que los cristianos están perseguidos o que sufren cierta marginación social, cultural y hasta profesional, que es el martirio moderno , se debe sin duda a que los monseñores están mentalmente hechos a disponer de todas la ventajas, a poder criticar sin réplica, a influir unilateralmente en los poderes del Estado y a ser los únicos e incontestables intermediarios entre Dios y los pobres españoles. Por eso, si hoy alguien les lleva la contraria, la cosa llama la atención. Claro, como que hasta ahora no había sucedido.

DECIR QUElos cristianos españoles sufren persecución es una mentira y una bobada (¡vaya, se me escapó el exabrupto!) que desmerece a quien la proclama. Pero sería conveniente ver el contexto en el que se produce este inesperado clamor de la jerarquía católica, jaleado con entusiasmo por la derecha política (el PP, por supuesto).

La súbita movilización clerical tiene dos motores sociopolíticos bastante notorios. De una parte, el ejemplo que acaban de dar los cristianos norteamericanos (sobre todo los evangelistas) convirtiendo la religión militante en un factor electoral decisivo, capaz por ello de interactuar directamente con el poder. De otra parte, el hecho de que la derecha española de toda la vida se ha tropezado a la vuelta del nuevo milenio con el neconservadurismo global, y eso ha dado nuevas alas al PP, le ha radicalizado y le ha hecho volver sobre sus propios pasos para reclamar una democracia menos liberal, una visión del pasado más acorde con sus ancestros franquistas y por supuesto un retorno al nacionalcatolicismo. Ambos impulsos mezclan religión y política, política y religión justo cuando los integrismos al uso inciden justamente ahí, y cuando hace ya años (desde el conflicto de los Balcanes) que las líneas de confrontación en el mundo están siendo trazadas en nombre de Dios. La guerra entre civilizaciones es básicamente una guerra entre religiones .

Volver atrás es el sueño de la Conferencia Episcopal. Que la Religión cuente como asignatura e influya en los promedios que permiten acceder a la Universidad, que se limite el derecho al aborto o al divorcio, que los homosexuales no sean homologados legalmente (ni socialmente)... que la Iglesia Católica recupere en especie monetaria lo que le arrebataron los liberales (Mendizabal y Madoz) en el siglo XIX. Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona y vicepresidente del Episcopado, ha ido más lejos: Sin la búsqueda de la verdad (revelada por Dios) la democracia resulta insostenible y puede degenerar fácilmente en una imposición de las mayorías . Y remacha: Los años de vida democrática han permitido el desarrollo de una mentalidad revanchista, según la cual los vecedores de la Guerra Civil eran injustos y corruptos, mientras que la justicia y la solidaridad estaba toda y sólo en el campo de los vecidos . No se puede ser más obvio.

PERO HAYun problema, y consiste en que la Iglesia española no es un movimiento tan potente e influyente, ni disfruta de un respaldo social mayoritario. Por eso la jerarquía católica ataca para defenderse. Quiere ampliar la subvención estatal porque apenas un treinta por ciento de los contribuyentes le adjudica el famoso 0,5 por ciento. Quiere disponer de una catequesis pagada y legislada por el Estado porque es incapaz de formar creyentes en sus parroquias (la vida parroquial languidece a su vez porque cada vez hay menos párrocos). Quiere impedir la existencia de leyes sobre divorcio, aborto o eutanasia porque su magisterio no es capaz de influir sobre la libre opción de las gentes.

Y el caso es que la Iglesia, convirtiéndose en correa de transmisión de la derecha (¡si Tarancón levantara la caberza!) y reclamando alborotadamente su derecho a expresarse (como si alguien se lo hubiese negado), se está haciendo un flaco favor. Ha abierto un debate que no le conviene.

En España apenas había ya anticlericalismo. Pero, si se empeñan, lo habrá.