En vez de fin de año parece el fin del mundo. Esta tragedia asiática se nos lleva por delante. Intentamos sobrevivir a esos cien mil muertos, pero no hay manera. Hacer como otras veces, como si no pasara nada, tan lejos, tan exótico. Hacer como si fuera una película de catástrofes, un género que ya hemos visto mil veces. Hambrunas, esclavitud, miseria, sed infinita, turismo en medio de la miseria extrema. Ya lo hemos hecho otras veces, es ley de vida, el vivo al bollo, si lo halla. Pero no se puede, sencillamente no se puede. Se ha roto el sistema, el economato no funciona. Ya no funcionaba hace una semana, pero íbamos tirando, sobrellevando esa difusa mala conciencia, sutil resquemor del opíparo sinvivir, a fuerza de camuflar las cosas tecleando mensajes. Vino el 11-S, el 11-M, estamos en Irak, sin saber qué está pasando, empantandísimos, el mundo en su final. No es por hacer apocalipsis, es la constatación de que todo funciona por los pelos, casi de milagro. Aunque a veces aquí también se va la luz, y en California, y en Baqueira, el año pasado. Hasta en los sitios donde esquían las autoridades y los símbolos, si es que los símbolos esquían, se va la luz de repente, falla la acometida, la palomilla. Tantos muertos no se reciclan de un día para otro, no. Esas montañas de cadáveres y esas no montañas de desaparecidos se quedan un poco en el cerebro, en algún ramal, en algún quicio, y fabrican colesterol malo, amionácidos torcidos, hasta pensamientos raros (o sea, pensamientos). La humanidad, si es que existe, debería organizar algo tras esta sacudida, que viene a culminar (esperemos) un ciclo nefasto, una época encarnizada, o descarnada o lo que sea. Algo marcha mal. El sistema no da salida ni solución ni esperanza a tanta pobreza y tanta sed, estamos demasiado conformados, resignados a la inmutabilidad de las modas, a la dictadura de cien logos que sólo fabrican sueños cada día más caros y más insostenibles. Occidente sólo piensa en cómo pagar menos a hacienda, o en el plan de pensiones, en la hipoteca. Nos estamos cegando en cuatro cosas, y no aparecen esos estadistas con visión global. La consecuencia es el aburrimiento y el hambre, el turismo a paraísos de miseria y un agobio chorras basado en el miedo difuso a perder algo que si no se disfruta no vale nada. En vez de feliz año, es más práctico desear que haya año.

*Escritor y periodista