Desde que los políticos, hace ya muchos años, empezaron a utilizar al deporte como una bandera, ha pasado de todo. Recordemos las aberraciones médicas que impulsaban los Gobiernos del Este para conseguir medallas, aunque con ello desgraciasen para siempre a los jóvenes deportistas.

Con el hockey han chocado los partidarios de que el deporte sea una bandera estatal y quienes desean que sea bandera nacional. Ambos lados habían politizado el patinaje por igual hasta que el comité central de la Federación Internacional de Patinaje (FIRS) rechazó el jueves pasado la inclusión de Cataluña y Gibraltar en su seno, una decisión que está centrando buena parte del debate político español.

Lógicamente para quienes se habían hecho ilusiones es una frustración, como bien ha hecho saber el capitán de la selección catalana que ha descartado la posibilidad de volver a jugar con la selección española. Pero esta frustración deportiva no justifica que un político profesional como Carod Rovira se inflame hasta el punto de convocar una guerra de niños contra el proyecto olímpico de Madrid de 2012, un proyecto con el que Cataluña y España se ha comprometido, como bien ha ratificado Maragall.