Tenía que aparecer: el hombrico diminuto de las leyendas y los cuentos de hadas, el gnomico de siempre. Han encontrado --o eso queremos creer-- los restos de un homínido piquiñín que vivió al menos hasta el año 18.000 antes de Cristo: a lo mejor reaparece y vive también en el 18.000 después de Cristo. A fuerza de comer maiz transgénico iremos eliminando grasas y cartílagos superfluos, hasta ser libres como bacterias, que alcanzan la longevidad sacrificando colesterol, o siendo solo colesterol, que la fibra, aunque está de moda, también mata. Las bacterias se pasan la información genética de tu a tu, en los bares, si esperar a la siguiente generación. El hombrico era pequeñín, y seguramente conviviría con los ancestros de la rama que --según dicen-- prosperó hasta llegar a Bush, que tampoco es tanto prosperar. Lo bueno de este hombrico es que trae la alegría del XIX, esa posibilidad de seguir encontrando cosas, restos, trozos de continentes... algo que llevar a las portadas y a las vitrinas de los museos, alguna novedad. Estamos bastante aburridos, un poco al final de la serie B, en el clímax brasa del hiperdesarrollo kiotesco, que no se nos ocurre nada; sólo esperar a ver si retuercen bien el genoma, esas cuatro letras apresuradas, fotocopiándose siempre, qué nervios, a ver si le sacan el jugo y evolucionmos de golpe, más altos, más pene, más labios, más tetas, mejores poemas, más felices y sin tantas enfermedades. Claro que todo ese catálogo de optimizaciones, ya a medio desarrollar, no va a entrar en la Seguridad Social, eso no lo paga el céntimo de la gasolina. Esperamos desganadamente (malaganismo) algún avance que nos saque del lío de las supercuerdas, algo sensacional sobre este mundo ceodós, la fórmula buena, lo que sea. Y esperando esos laboriosos milagros que han de salir de los aceleradores de partículas y de toda esta cacharrería, se nos pasa el siglo sin novedad. Porque lo de clonar a Dolly enseguida nos pareció poco, y encima se murió de vieja antes de hora.

Por eso, este hombrico de Indonesia, una piltrafica que no llegó a pagar la hipoteca, nos pone ante el abismo, es como un hermanico que perdió Darwin en su libreta, una posibilidad. El golem y Gollum, amasados en una tarde de aburrimiento, dan vigor a las leyendas, alegan a los hobbits y salvan la tarde autonómica, imperial.

*Escritor y periodista