Como recuerda Louis Menand, hay una corriente de pensamiento muy arraigada en EEUU y determinante de su desarrollo, que no se define por un conjunto sistemático de ideas sobre el mundo, sino por una actitud ante el mundo: por una idea sobre las ideas. Según esta tendencia filosófica, las ideas no están ahí, esperando que se las descubra, sino que son herramientas que la gente crea para hacer frente al mundo. En consecuencia, las ideas no se desarrollan por una dinámica interna, sino que dependen de quien las sustenta y de sus circunstancias. Lo que implica que las ideas no son sino respuestas provisionales a situaciones concretas, por lo que su supervivencia no depende de su inmutabilidad sino de su adaptabilidad. De ahí que las ideas nunca deban convertirse en ideologías abstractas destinadas a justificar un status quo o a imponer su modificación. Hay que huir de las ideas generales apriorísticas, encarnadas a veces en una definición dogmática condensada en un nombre genérico, con cuya simple atribución se pretende resolver un problema. Con poner un nombre nunca se resuelve un contencioso, sólo se le etiqueta; porque un nombre genérico no es ninguna entidad real: es un sonido de la voz. Este nominalismo ha marcado mucho la filosofía moderna. Wittgenstein escribió: "Sólo los hechos pueden expresar un sentido; una clase de nombre no puede". De ahí la clarividencia de Cambó: "Sólo en los pueblos débiles continúan las luchas políticas planteadas en el terreno de los principios abstractos y las ideas generales".

*Notario.